Cartas de San Vicente de Paul a Sta. Ma. Luisa de Marillac





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Cartas de San Vicente de Paul a Sta. Ma. Luisa de Marillac



Es muy curiosa la anécdota que refiere el en­cuentro de Santa Luisa de Marillac con San Vicen­te de Paúl. Ambos santos tenían por la caridad tan fervorosa inclinación, que juntos realizaron la empresa más grande y esforzada de su siglo. Pero cuando se conocieron, no sintieron esa mutua sim­patía que atrae a las almas afines. San Vicente dijo que le era difícil hacerse cargo de la dirección espiritual de Luisa de Marillac, porque tenía de­masiadas cosas a las que debía atender. Por su parte, Luisa manifestó que encontraba a Vicente de Paúl muy “frío y severo”. Las virtudes de ambos no salieron a relucir precisamente el día en que se conocieron, pero…
¡Qué cambio se operó en sus relaciones con el transcurso del tiempo! San Vicente veía en Santa Luisa a una verdadera hija espiritual, y la aconse­jaba y cuidaba en todo momento

Venturosamente para la historia, se conservan muchas cartas que se cruzaron el santo y la santa, y de ellas se desprende con cuánto amor y respeto se llegaron a ver estos célebres campeones de la caridad en el mundo.

Una de estas cartas, escrita por Vicente de Paúl a Luisa de Marillac cuando ésta iba en misión para formar grupos de damas caritativas, está re­dactada en los siguientes conmovedores términos: “Parta usted, parta en nombre del Señor… Rue­go a su Divina Bondad la acompañe, sea su diver­sión en el camino, sombra contra los ardores del sol, techo para las lluvias y el frío, lecho para el cansancio, energía en las labores, y que, por últi­mo, 5 haga volver con perfecta salud y llena de buenas obras“…

Santa Luisa no se medía para entregarse al ser­vicio de los necesitados, y San Vicente tuvo mu­chas veces que llamarle la atención, admirándose en el fondo de que su débil salud resistiera tanto esfuerzo. En carta del 19 de febrero de 1630, envió a Luisa los siguientes renglones:

Bendigo a Dios que le da fuerzas para ocupar­se, como hasta ahora se ocupa, en la salvación de tantas almas; pero le ruego con toda sencillez me mande decir si sus pulmones no se resienten de tanto hablar, y si no se turba su cabeza con tanto ruido y confusión

Otra carta de San Vicente a la santa es un ver­dadero modelo de humildad, y conmueve real­mente por su contenido. Esto fue con motivo de que Luisa había despertado en la pequeña ciudad de Beauvais, Francia, una ola de admiración por el bien que hacía a todo el pueblo, en todas partes y en toda ocasión. Vicente, temeroso de que estas demostraciones de admiración y cariño tentaran la soberbia de la admirable mujer, le escribió al punto:

…En el aprecio que le demuestren y en los honores que le prodiguen, lo mismo que en las fal­tas de consideración que vea usted que le come­ten, sea verdaderarnente humilde y ame la humi­llación. Pórtese como la abeja, que lo mismo hace su miel del rocío que se forma sobre el ajenjo, que del que cae sobre la rosa. Espero que lo hará us­ted así“.

Tan admirables y bellos consejos sólo pueden desprenderse de un espíritu santificado por la fe. En general, puede decirse que las cartas de los santos son testimonios de la más intensa sereni­dad, al mismo tiempo que demostraciones de un talento superior. Famosas son, por ejemplo, las que escribió Santa Teresa de Ávila, inundadas de infinito amor y llenas de simpatía humana.

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