Un día Santa Bernardita, vidente de la Virgen en Lourdes, preguntó a aquella Señora, que hace un tiempo ya veía, cuál era su nombre. La Señora le dijo: "YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN", y así desapareció, dejando en Bernardita esta imagen y ese nombre.
Bernardita, oía por primera vez esas palabras. Mientras se dirigía a la casa parroquial, para contarle al párroco (ya que este le había dado el encargo de preguntar a la visión cómo se llamaba), iba por todo el camino repitiendo "Inmaculada Concepción", “Inmaculada Concepción…”, esas palabras tan misteriosas y difíciles para una niña analfabeta.
Cuando el párroco oyó el relato de Bernardita, quedó asombrado. ¿Cómo podía una niña sin ninguna instrucción religiosa saber el dogma que solo unos cuatro años antes (en 1854 por el Papa Pío IX) había la Iglesia promulgado?
El sacerdote comprobó que Bernardita no se había engañado: era Ella, la Virgen Santísima, la soberana Madre de Dios quien se le aparecía en la Gruta de Lourdes.