Cada Eucaristía es más fuerte que todo el mal del mundo


“La Eucaristía es el sacramento de la ocultación más profunda de Dios bajo las especies en el hombre,
sacramento de salida al mundo y entrada entre los hombres (…)
La Eucaristía es el triunfo del amor sobre el odio.
Cada Eucaristía es más fuerte que todo el mal del mundo,
es una realización de la redención y reconciliación cada vez más profunda de la humanidad con Dios (…)
La Eucaristía es el sacramento de la continua cercanía salvadora del Señor resucitado”
San Juan Pablo II

Según los exegetas, la multiplicación de los panes es un relato que nos permite descubrir el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.

Según el relato, hay allí una muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se compran, sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción de Jesús, que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los necesitados.

Olvidamos con frecuencia que, para los primeros cristianos, la Eucaristía no era solo una liturgia, sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a disposición de los necesitados. En un conocido texto del siglo II, en el que san Justino nos describe cómo celebraban los cristianos la Eucaristía semanal, se nos dice que cada uno entrega lo que posee para «socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que sufren por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».

Durante los primeros siglos resultaba inconcebible acudir a celebrar la Eucaristía sin llevar algo para ayudar a los indigentes y necesitados. Así reprocha Cipriano, obispo de Cartago, a una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre».

La oración que se hace hoy por las diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la celebración eucarística. La misma Eucaristía exige repartir y compartir. Domingo tras domingo, los creyentes que nos acercamos a compartir el Pan Eucarístico hemos de sentirnos llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.

Sería una contradicción pretender compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.
(Padre José Antonio Pagola)

Junio 19
Quizás pienses que la sobriedad es vivir con menos intensidad, con menos placer, con menos gusto. Pero no es así. Una persona que come precipitadamente, devorando como un animal, no disfruta más de la comida. Al contrario, se priva de muchos placeres que podría brindarle ese momento.
Si tomas un café detenidamente, disfrutando de su aroma, gozando del sabor de cada trago, eso te da más felicidad que tomar cinco tazas de café en un minuto.
Una persona sobria no disfruta menos, sino que su capacidad de gozar se amplía.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.