Dios dirige mi vida

El año 1854, Don Bosco hace el siguiente relato: “Una mañana, cuando no había en casa más sacerdote que yo, celebraba la misa, como de costumbre. Después de consumir la hostia y el cáliz, empecé a repartir la santa comunión a los muchachos. Había en el copón unas pocas hostias, tal vez diez o doce.

Al principio, como se presentaron pocos, no vi la necesidad de partirlas, pero, después de comulgar los primeros, llegaron otros y luego más, de modo que se llenó el comulgatorio tres o cuatro veces. Hubo por lo menos cincuenta comuniones. Yo quería volver al altar, después de comulgar los primeros, para partir las hostias que quedaban; pero, como me parecía que estaba viendo en el copón siempre la misma cantidad, seguí repartiendo la comunión.
 
Y así continué sin advertir que disminuyeran y, cuando llegué al último de los que querían comulgar, encontré en el copón, con enorme sorpresa, una sola y con ésta le di la comunión. Sin saber cómo, yo había visto multiplicarse aquellas hostias”
.

(A. Peña)

De un modo sencillo y casi misterioso, Dios dirige mi vida. Lo hace con su gracia, que me acompaña desde el bautismo. Lo hace con su Palabra, acogida y explicada en la Iglesia católica. Lo hace con las inspiraciones continuas del Espíritu Santo.

Lo hace, de un modo sorprendente, a través de la historia. Nada escapa a su Providencia. Si algo ha ocurrido, incluso el pecado, es porque Él lo tenía ya previsto. No quiso el mal, pero tampoco impidió que algunos de sus hijos abusasen de la libertad.

Muchas veces, con su gracia, me ayudó a evitar el pecado. Muchas otras veces me iluminó tras una caída, me inspiró confianza en su misericordia, me sacó de la fosa (cf. Sal 40,3) y me vistió un traje de fiesta cuando, arrepentido, volví a casa (cf. Lc 15,20-24).

A lo largo del camino, ha estado siempre a mi lado. Supo esperar cuando mi egoísmo cerró puertas y partí lejos de casa. Buscó una y mil veces cómo despertarme del mal y enseñarme el camino de la vida. Incluso estuvo dispuesto a morir en una cruz para rescatarme del pecado.

No pudo hacer más por mí. Todo está ofrecido en el Calvario. El cielo ha quedado abierto. La fuerza del Espíritu Santo actúa en los corazones. Desde que nació la Iglesia, los discípulos repiten la invitación de Cristo Maestro: convertíos y creed (cf. Mc 1,15; Hch 2,38; 3,19).

Con su ayuda es posible entrar en el buen camino. Basta con mantener encendida la lámpara de la fe, el entusiasmo de la esperanza, y el amor de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (cf. Rm 5,5).

Como un niño en brazos de su madre (cf. Sal 131), dejo que Dios dirija mi vida. Me llevará a verdes praderas, me conducirá a fuentes tranquilas (cf. Sal 23), viviré en paz. Porque sé que Él me ama, y eso me basta.

Autor: P. Fernando Pascual LC / Fuente: Catholic.net

Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Junio 20 
Cuando escuchamos alguna frase de Jesús podemos estar totalmente de acuerdo, podemos repetirla, podemos escribirla en la pared. 
Pero para vivirla hace falta un largo camino. 
Por ejemplo, Jesús dijo que donde dos o tres están reunidos en su nombre, él está (Mt 18,20). 
¿Pero puedes vivirlo así realmente cuando te encuentras con otros? 
¿Puedes reconocer esa presencia de Jesús en medio? 

Jesús está allí entre nosotros. 
Abrazándonos, uniéndonos, gozando con nosotros de la belleza de la unidad. No te prives de esa preciosa experiencia. 
(Mons. Víctor M. Fernández)