“Baila como si nadie estuviera mirando.
Ama como si nadie te hubiera herido.
Canta como si nadie estuviera escuchando.
Vive como si el cielo estuviera en la tierra…”
(William Purkey)
Hermosa reflexión de la venerable Paulina Jaricot (1799-1862), laica francesa, fundadora de la Sociedad de la Propagación de la Fe y la Asociación del Rosario Vivo:
"María, la Inmaculada, mientras Jesús estaba en su seno, no perdió de vista la preciosa carga que le había sido confiada. Oraba y hablaba incesantemente con el Niño Jesús; escuchaba su voz, obedecía sus órdenes, aprendía sobre sus planes y sentía sus dolores de antemano; le hizo reparación de honor por la ingratitud de los hombres, lo presentó a su Padre, hasta el día en que lo trajo al mundo".
Tú tienes en tu corazón al Dios que Ella llevó en su seno, lo posees, así como a María como Redentora de los hombres. Haz, entonces, lo que Ella hizo, hasta que el Salvador escondido en ti nazca en la cruz, es decir, hasta que aparezca visiblemente en ti en el momento de tu muerte.
En el día en que celebramos la fiesta de la Virgen María como Madre de la Iglesia (y por lo tanto Madre de todos nosotros), resulta más que oportuno esta reflexión:
Como los marinos se guiaban por las estrellas en medio de las noches más oscuras, quien sigue a María no se pierde.
Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡Invoca a María!
Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella… ¡Invoca a María!
Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella… ¡Invoca a María!
Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.
En medio de tus peligros, de tus angustias, de tus dudas, piensa en Ella… ¡Invoca a María!
El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos. ¡Siguiéndola no te pierdes en el camino!
¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!
Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer.
¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial!
Junio 6
A veces en tu vida sucede como cuando varios niños quieren un mismo muñeco. Cada uno tironea para un lado distinto, y el muñeco termina rompiéndose.
Estás como tironeado por todos lados. Por una parte, están las obligaciones del trabajo, por otra parte, las exigencias de la familia, por otra parte, tus deseos y necesidades, y por otra parte tu fe.
¿Será posible unir todo eso para no sentir que tu vida está dividida, despedazada? La única manera de unirla es saber para qué haces todo, cuál es tu motivación.
Si cada día intentas hacer todo por amor, entonces pase lo que pase sabrás para qué vives y para qué luchas.
Amarás en cada cosa que te toque vivir, en cada tarea, amarás a cada persona que te encuentres, amarás a Dios también en el dolor.
El amor une todo.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén