“El hombre más feliz del mundo es aquel que sabe reconocer los méritos de los demás
y puede alegrarse del bien ajeno como si fuera propio”
(JOHANN W. GOETHE)
Podría decirse que la humildad es la ausencia de soberbia.
Es una característica propia de los sujetos modestos, que no se sienten más importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida.
Desde el punto de vista religioso, se suele asociar la humildad al reconocimiento de la superioridad divina; todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios y deben actuar en consecuencia.
La humildad es la fuente de toda grandeza.
Ser humilde es tener autoestima.
Es saber hasta cuánto puedo hacer y entender a quien puede hacer algo mejor que yo. Y darle el espacio para que se desarrolle plenamente.
El humilde mira a los demás con un brillo en los ojos y se regocija por su éxito.
Es la persona que primero te estrecha la mano para felicitarte por una buena acción o un proyecto productivo. Y, automáticamente, tú le agradeces y lo tendrás siempre en tu corazón, pues el humilde vive en el corazón de todos y tiene uno de los mayores tesoros que existen, que es la amistad sincera.
Junio 8
Creer en Jesús es seguirlo cada día, es ser discípulo.
La fe no es solo creer verdades.
Es creerle a Él que me habló y me habla, que me escucha y me llama, que me fortalece y me acompaña. La vida de la fe no se agota en los resúmenes del Catecismo.
Es creerle a Él que me habló y me habla, que me escucha y me llama, que me fortalece y me acompaña. La vida de la fe no se agota en los resúmenes del Catecismo.
Porque la fe no termina en las ideas, sino en el Señor mismo, en su amor, en su vida, en su gloria
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.