«En la escena de la Transfiguración
apareció toda la Trinidad:
el Padre en la voz,
el Hijo en el hombre,
el Espíritu en la nube luminosa»
(Santo Tomás de Aquino)
Lo que nos estorba para alcanzar la santidad es el pecado. Y si no tenemos horror al pecado, entonces difícilmente llegaremos a ser santos, porque cometeremos el pecado -al menos el pecado venial- con ligereza, y eso nos dispondrá a caer en faltas más graves, alejándonos cada vez más de Dios y de la santidad.
Debemos tener conciencia de la gravedad del pecado, porque nos sucede que como cuando pecamos parece que no pasa nada, entonces no estamos adiestrados para el combate y, como Eva en el Paraíso, aceptamos la seducción que nos dice: “muerde el fruto prohibido”.
Pero si queremos sopesar la gravedad del pecado, lo que el pecado es, simplemente miremos a la Cruz de Cristo, miremos al Calvario, miremos a la humanidad doliente y sufriendo desde milenios por las consecuencias del primer pecado y de los pecados que vinieron después.
Pensemos en el castigo que merece un solo pecado mortal: el Infierno eterno, con penas que ninguna lengua humana puede describir. Recapacitemos que un solo pecado venial o leve, acarrea a veces siglos y siglos de Purgatorio, de purificaciones ultraterrenas que algunos santos las comparan con los sufrimientos del Infierno, salvo en que los padecimientos del Purgatorio tendrán fin un día.
Los santos decían: “¡Morir antes que pecar!”, y lo trataban de cumplir porque tenían la visión justa de lo que es el pecado, y le tenían horror. Pensemos nosotros a ver si también tenemos ese santo horror al pecado, incluso al más leve, porque es el verdadero enemigo del que hay que saber defenderse para alcanzar la santidad.
(Sitio Santísima Virgen)
Agosto 6
El pasado ya se fue, simplemente no existe. El problema es que recordamos hechos del pasado como si estuvieran ocurriendo ahora mismo. Pero si cometiste un error, no lo estás cometiendo ahora; si dijiste algo inapropiado, no lo estás diciendo ahora. Ya no existe, pasó como pasó el tiempo.
Ese momento en que alguien te hizo daño también pasó, y no es ahora. Sin embargo es difícil convencernos de eso, y nos torturamos sumergiéndonos en ese pasado como si estuviera ocurriendo ahora. Pídele a Dios que te libere, e intenta reconocer su amor que siempre perdona, que siempre te dará una nueva oportunidad.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.