Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma están siempre felices

"Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma están siempre felices y contentos; gozan por adelantado de la felicidad del cielo; serán felices toda la eternidad. Mientras que los malos cristianos que se condenan, siempre se quejan, murmuran, están tristes... y lo estarán toda la eternidad.
Santo Cura de Ars

Un buen cristiano, un avaro del cielo, hace poco caso de los bienes de la tierra; sólo piensa en embellecer su alma, en obtener lo que debe contentarle siempre, lo que debe durar siempre. Ved a los reyes, los emperadores, los grandes de la tierra: son muy ricos; ¿están contentos? Si aman al Buen Dios, sí; si no, no están contentos.

Me parece que no hay nada que dé tanta pena como los ricos cuando no aman al Buen Dios. Puedes ir de mundo en mundo, de reino en reino, de riqueza en riqueza, de placer en placer; pero no encontrarás tu felicidad. La tierra entera no puede contentar a un alma inmortal, como una pizca de harina en la boca no puede saciar a un hambriento".
(Santo Cura de Ars)

El demonio contra el Cura de Ars

El demonio odia a todos los santos porque muestran que el camino de la salvación es posible para todos los hombres, pero al santo Cura de Ars lo odió especialmente más que a otros.

San Juan María Vianney fue un sacerdote de la parroquia de san Juan Bautista de Ars, un poblado cercano a Lyon, en Francia. Allí llevaba una vida en extremo austera y su alimento principal (al menos por largo tiempo) fueron las patatas.

Son célebres los asaltos con tentaciones y persecuciones que sufría, a manos del diablo, para hacerlo renunciar a su actividad pastoral. Quizás los más conocidos son los ataques nocturnos que sufría para despertarlo y no dejarlo descansar.

Los acosos tomaban diferentes formas. A veces, el maligno lo asediaba como una bandada de murciélagos que infestaban la habitación, otras como ratas que recorrían su cuerpo. Muchas veces era jalado de la cama hacia el suelo y padecía todo tipo de ruidos molestos.

Semejante empeño en desmoralizar a este santo tenía sus razones. La era que, como santo confesor, salvaba cientos de almas para Cristo.

San Juan María Vianney ejerció este sacramento de modo eminente -pues ocupaba la mayor parte de su actividad pastoral- por el extraordinario don que Dios le concedió para la confesión.

En verdad, el Espíritu Santo obró grandes cosas a través de este humilde párroco de pueblo. Se dice que varios testigos veían luces sobrenaturales alrededor de su persona, que levitaba y que realizó varios milagros. Además, recibió un don especial para expulsar demonios de los posesos.

Tan grande fue su vocación por convertir a los hombres que Dios le ayudaba con el don de discernimiento de espíritu. Por esta gracia, el Cura de Ars podía conocer los secretos de los corazones, y no había pecado que no conociera de quienes acudían a la confesión.

Por este don, además de su inquebrantable voluntad para oír confesiones, hasta los pecadores más tenaces se reconciliaban con Cristo cuando concurrían a su parroquia.

Dios le permitía conocer quiénes eran los que más necesitaban el sacramento y él los llamaba a confesarse sin hacer fila. Hacia el final de su vida, por lo menos los últimos diez años, los peregrinos que buscaban la reconciliación a través del Cura de Ars debían esperar ¡hasta sesenta horas!

En una ocasión el demonio le dijo a través de un poseso: “Tú me haces sufrir. Si hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 almas”.

Por esta labor de confesor incansable y las gracias que Dios dispensaba a través de este gran santo, san Juan María Vianney, fue constantemente asediado por el maligno. El santo reconocía cómo los ataques estaban vinculados a su trabajo pastoral y menciona qué hacía para combatirlos: “Me vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al demonio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran pecador”.

Con cierto humor el santo Cura de Ars decía: “El Garras es muy torpe, él mismo me anuncia la llegada de grandes pecadores”.

¡Qué importante es el sacramento de la confesión! Ahora ya sabemos porque el santo Cura de Ars es el patrono de los sacerdotes.

Agosto 4
Recuerdo una película en la que una persona mostraba distintas personalidades ante los demás, hasta que alguno lo miró a los ojos y le preguntó: ”¿quién eres? ¿quién eres tú realmente?”. Imagina qué pasaría si alguien te mirara fijamente y te preguntara eso, sabiendo que ante esa mirada no podrías mentir ni engañar. 

¿Qué responderías? No basta decir tu nombre o a qué te dedicas, o cuáles son tus gustos musicales o tu opción política. La pregunta va mucho más allá de todo eso. ¿Quién eres?
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.