Sé luz para los demás

La vida no pertenece al hombre.
Le sobrepasa porque ha sido recibida de Dios.
Es sagrada; y ningún hombre
puede disponer de ella a su antojo

El Adviento que estamos viviendo ha abierto el telón del nuevo año litúrgico. Preside a su manera el advenimiento de un ciclo en el cual la Pascua es el núcleo vivificante. También dirige nuestra mirada y atención hacia ese lugar en donde se realiza el misterio de nuestra Salvación, haciéndonos entrar en la preparación final de su realización.

La liturgia de Adviento nos hace escuchar los anuncios directos de la venida del Mesías a través de tres figuras: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías porque es el cantor de la esperanza y de la alegría mesiánica; Juan el Bautista porque es quien señala al Mesías; y la Virgen María porque es en ella en quien el Mesías tomó carne en este mundo, de la que el profeta Isaías proclamó: "Y la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emmanuel" (Isaías 7, 14).

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Un anciano viendo cercana su muerte, habló así a sus tres hijos:
—No puedo dividir en tres lo que poseo. Es tan poco que perjudicaría a todos. He dejado encima de la mesa una moneda para cada uno de ustedes.
Tómenla. El que compre con esa moneda algo con lo que llenar la casa, se quedará con toda la herencia.
Se fueron. 

El primer hijo compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta la mitad.

El segundo compró sacos de plumas, pero no consiguió llenar la casa mucho más que el anterior.

El tercer hijo -que consiguió la herencia- sólo compró una pequeña vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.

El Señor te ha regalado la luz de la fe para que la irradies a tu alrededor, con el ejemplo y la palabra.
Cada uno tiene posibilidades distintas, pero no menos importantes, aunque parezcan limitadas.

Dios ha dispuesto que las almas vayan iluminando otras almas, como si fueran antorchas.
Él espera que “hagas brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ti”.

Diciembre 10 
Esperar, es una hermosa actitud del corazón. 
No es pretender apresurar todo, no es exigirle a la realidad que nos dé lo que queremos ahora mismo, no es el nerviosismo de la prisa. 

Esperar es algo muy diferente. Es estar abierto a lo que Dios y la vida nos quieran presentar. 

La mujer embarazada no puede apresurar el nacimiento del niño, y vive una “dulce espera”. Lo mismo deberíamos vivir todos cada día, mientras cumplimos nuestras obligaciones. 

Dios siempre nos sorprende y quiere regalarnos algo nuevo, pequeño o grande. 
Si miras tu vida en los últimos diez años, verás cambios importantes, pero fueron ocurriendo poco a poco, como la suma de muchas pequeñas sorpresas de Dios.

 Sigue esperando, porque el Señor seguirá cumpliendo su plan de amor en tu vida. 
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. 

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

 Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.