"Es el amor lo que da precio a todas nuestras obras; no es por la grandeza y multiplicidad de nuestras obras por lo que agradamos a Dios, sino por el amor con que las hacemos".
San Francisco de Borja
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
Junio 10
¿Cómo podré explicarle la atormentadísima pena que martiriza mi alma? Del jueves a
hoy siento, más que nunca, que mi alma está llena de una extrema turbación. Siento que
la mano del Señor se ha vuelto más pesada para mí, que el Señor va demostrando todo
su poder al castigarme y que, como a hoja arrastrada por el viento, Él me rechaza y me
persigue.
¡Ay de mí!, ¡ya no puedo más! No puedo por más tiempo soportar el peso de su justicia. Me siento aplastado bajo su potente mano. Las lágrimas son el pan de cada día. Me inquieto, lo busco; pero no lo encuentro sino en el furor de su justicia.
Oh, padre mío, puedo decir con toda razón con el profeta: Yo he venido a alta mar y la tormenta me ha hecho naufragar; he gritado y me he cansado en vano; mi garganta se ha quedado ronca sin obtener ningún fruto. El temor y el temblor me han invadido, y las tinieblas me han cubierto por todas partes. Me encuentro tendido en el lecho de mis dolores, lleno de inquietudes, buscando a mi Dios. Pero, ¿dónde encontrarlo? Desde el lecho de mis sufrimientos y desde mi prisión expiatoria intento inútilmente volver a la vida.
(4 de junio de 1918, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 1180)
¡Ay de mí!, ¡ya no puedo más! No puedo por más tiempo soportar el peso de su justicia. Me siento aplastado bajo su potente mano. Las lágrimas son el pan de cada día. Me inquieto, lo busco; pero no lo encuentro sino en el furor de su justicia.
Oh, padre mío, puedo decir con toda razón con el profeta: Yo he venido a alta mar y la tormenta me ha hecho naufragar; he gritado y me he cansado en vano; mi garganta se ha quedado ronca sin obtener ningún fruto. El temor y el temblor me han invadido, y las tinieblas me han cubierto por todas partes. Me encuentro tendido en el lecho de mis dolores, lleno de inquietudes, buscando a mi Dios. Pero, ¿dónde encontrarlo? Desde el lecho de mis sufrimientos y desde mi prisión expiatoria intento inútilmente volver a la vida.
(4 de junio de 1918, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 1180)