"La oración, unida con ese divino sacrificio de la Misa, tiene una fuerza indecible; de modo que por este medio abunda el alma de celestiales favores como apoyada sobre su Amado
San Francisco de Borja
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
Junio 11
Hay algunas enfermedades físicas cuya curación depende de un acertado modo de vivir.
El amor propio, la estima de sí mismo, la falsa libertad de espíritu son raíces que no se
pueden erradicar fácilmente del corazón humano. Solamente se puede impedir la
producción de sus frutos, que son los pecados; porque sus primeros retoños y sus ramas,
esto es, sus primeras sacudidas y sus primeros movimientos de hecho no se pueden
impedir mientras se está en esta vida mortal, aunque sí se puede moderar y disminuir su
calidad y su fuerza mediante la práctica de las virtudes contrarias, particularmente del
amor de Dios.
Es necesario, pues, tener paciencia al cortar los malos hábitos, domar las antipatías y superar las propias inclinaciones y cambios de humor; porque, mi buena hijita, esta vida es una lucha continua y no hay quien pueda decir: «Yo no he sido tentado»
La quietud está reservada para el cielo, donde nos espera la palma de la victoria. Aquí, en la tierra, hay que combatir siempre entre la esperanza y el temor; pero con el propósito de que la esperanza sea siempre más fuerte, y teniendo presente la omnipotencia de aquel que nos auxilia. No te canses, pues, de trabajar, con constancia, con confianza y con resignación, por tu conversión y perfección.
(11 de junio de 1918, a
Erminia Gargani, Ep. III, 735)
Es necesario, pues, tener paciencia al cortar los malos hábitos, domar las antipatías y superar las propias inclinaciones y cambios de humor; porque, mi buena hijita, esta vida es una lucha continua y no hay quien pueda decir: «Yo no he sido tentado»
La quietud está reservada para el cielo, donde nos espera la palma de la victoria. Aquí, en la tierra, hay que combatir siempre entre la esperanza y el temor; pero con el propósito de que la esperanza sea siempre más fuerte, y teniendo presente la omnipotencia de aquel que nos auxilia. No te canses, pues, de trabajar, con constancia, con confianza y con resignación, por tu conversión y perfección.
(11 de junio de 1918, a
Erminia Gargani, Ep. III, 735)