"El amor de Jesucristo me quita el gusto para todo, las criaturas no tienen atractivo alguno para mi, ni los ángeles ni los arcángeles pueden colmar las ansias de mi corazón, los rayos del sol, cuando contemplo el resplandeciente rostro de mi Amado, me parecen densas tinieblas
San Francisco de Asis
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
Junio 16
Consideremos ahora lo que el alma debe practicar para que el Espíritu Santo pueda de verdad vivir en ella. Todo se reduce a la mortificación de la carne con los vicios y con las concupiscencias y al cuidarse del propio espíritu.
Por lo que se refiere a la mortificación de la carne, san Pablo nos advierte que «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias». De la enseñanza de este santo Apóstol se deduce que quien quiere ser verdadero cristiano, es decir, quien vive con el espíritu de Jesucristo, debe mortificar su carne, no por otra finalidad, sino por devoción a Jesús, quien por amor a nosotros quiso mortificar todos sus miembros en la cruz. Esa mortificación debe ser estable, firme, y no sólo a ratos, y que debe durar toda la vida. Más aún, el perfecto cristiano no debe contentarse con la mortificación rígida sólo en apariencia, sino que debe ser dolorosa.
Así debe llevarse a cabo la mortificación de la carne, ya que el Apóstol, no sin motivo, la llama crucifixión. Pero alguien podría contradecirnos: ¿por qué tanto rigor contra la carne? ¡Insensato!, si tú reflexionaras atentamente en lo que dices, te darías cuenta de que todos los males que padece tu alma provienen de no haber sabido y de no haber querido mortificar, como se debía, tu carne. Si quieres curarte en lo hondo, en la raíz, es necesario dominar, crucificar la carne, porque ella es la raíz de todos los males.
(23 de octubre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 197)
Por lo que se refiere a la mortificación de la carne, san Pablo nos advierte que «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias». De la enseñanza de este santo Apóstol se deduce que quien quiere ser verdadero cristiano, es decir, quien vive con el espíritu de Jesucristo, debe mortificar su carne, no por otra finalidad, sino por devoción a Jesús, quien por amor a nosotros quiso mortificar todos sus miembros en la cruz. Esa mortificación debe ser estable, firme, y no sólo a ratos, y que debe durar toda la vida. Más aún, el perfecto cristiano no debe contentarse con la mortificación rígida sólo en apariencia, sino que debe ser dolorosa.
Así debe llevarse a cabo la mortificación de la carne, ya que el Apóstol, no sin motivo, la llama crucifixión. Pero alguien podría contradecirnos: ¿por qué tanto rigor contra la carne? ¡Insensato!, si tú reflexionaras atentamente en lo que dices, te darías cuenta de que todos los males que padece tu alma provienen de no haber sabido y de no haber querido mortificar, como se debía, tu carne. Si quieres curarte en lo hondo, en la raíz, es necesario dominar, crucificar la carne, porque ella es la raíz de todos los males.
(23 de octubre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 197)