Un anciano y Madre Teresa





Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.
Santa Teresa de Calcuta


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Por un sentimiento de clemencia Jesús evitó que apedrearan a aquella mujer sorprendida en adulterio. Se compadeció ante una viuda que había perdido a su hijo, y se lo devolvió con vida. Ante la muerte de Lázaro, su amigo, lloró de dolor antes de resucitarlo. Y frente a la multitud que parecía como ovejas sin pastor, se compadeció y multiplicó los panes.

Una vez Madre Teresa fue a visitar a un anciano que vivía solo. La casa estaba sucia. Intentó limpiarla, pero no se lo permitió. “¿Para qué?, replicó el anciano. Nadie viene a verme”. Entre los andrajos, la Madre Teresa encontró una magnífica lámpara cubierta de polvo.
“¿Por qué no la enciendes?, le dijo.
 “¿Para qué?, replicó el anciano. “Nadie viene a verme. Estoy bien a oscuras “.

“¿La encenderías si alguien viniera a verte?”, le replicó Teresa.
 “Sí, la encendería con tal de escuchar una voz humana en esta casa”.

A los pocos días la Madre Teresa mandó a una de sus religiosas, y recibió una nota brevísima del anciano: “Quiero decirte que la lámpara que prendiste en mi vida sigue encendida”.

A veces vemos personas necesitadas de misericordia: enfermos, solitarios, ancianos tristes, niños abandonados, gente que duerme en la calle, marginados de todo tipo.

Estos prójimos necesitan ante todo sentir la cercanía y afecto de alguien que les dé a comprender que no están ni sufren solos.
Ojalá puedas brindarles presencia humana

* Enviado por el P. Natalio