“Para el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo parece que no hay mundo

Frase

“Para el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo parece que no hay mundo; para el mundo, parece que no hay Dios.” (Santo Cura de Ars)




Anécdota

Dos santos: San Juan Bosco y San Cottolengo

Un día fue a visitar al Padre Cottolengo el Padre Juan Bosco.

- Padre Cottolengo, dijo el joven Bosco, vengo a pedirle un consejo: ¿qué remedio debo recomendar a las personas que vienen a contar que están aburridas de la vida, desesperadas y llenas de mal genio por la pobreza, por las enfermedades o por el mal trato que les dan los demás?

- Mira, Bosco, respondió Cottolengo. El mal de aburrimiento y de la desesperación es el mal moderno más común de todos. Para combatirlo, nos ha mandado Dios un gran remedio siempre antiguo y siempre nuevo: pensar en el cielo que nos espera. No olvides nunca que: un pedacito de cielo lo arregla todo.

Se fue Don Bosco a practicar el consejo recibido de tan popular apóstol, y pronto empezó a notar los maravillosos resultados. Llegaban a su despacho individuos malhumorados, que no saludaban a ninguno de los que estaban en la sala esperando turno para ser atendidos; personas consumidas por la tristeza y carcomidas por la angustia. El Padre Bosco, recordando que un pedacito de cielo lo arregla todo, les hablaba de cómo hay que vivir como resucitados, con la alegría del cielo que nos espera, de esa alegría que gozaremos en plenitud dentro de poco tiempo…

Aquellas personas cambiaban de semblante. Parecían renacer de nuevo

El Espíritu Santo según el Santo Cura de Ars

Interesante testimonio del cura de Ars sobre el Espíritu Santo:


El hombre es terrestre y animal; sólo el Espíritu Santo puede elevar su alma y llevarla hacia lo alto. ¿Por qué los santos estaban tan despegados de la tierra? Porque se dejaban conducir por el Espíritu Santo. Los que son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas justas. Por eso hay tantos ignorantes que saben más que los sabios.

Cuando se es conducido por un Dios de Fuerza y de Luz, no hay equivocación. Como las lentes que aumentan los objetos, el Espíritu Santo nos hace ver el bien y el mal en grande. Con el Espíritu Santo todo se ve en grande: se ven las menores faltas. Como un relojero que con sus lentes distingue los más pequeños engranajes de un reloj, con las luces del Espíritu Santo distinguimos todos los detalles de nuestra pobre vida. Entonces, las más pequeñas imperfecciones se agrandan, y los pecados más leves dan pavor.

Los que tienen el Espíritu Santo no pueden sentirse complacidos con ellos mismos, porque conocen su pobre miseria. Los orgullosos son los que no tienen al Espíritu Santo. Las gentes mundanas no tienen al Espíritu Santo; o, si lo tienen, no es más que de paso: Él no se detiene en ellos. El ruido del mundo le hace marcharse. El ojo mundano no ve más lejos que la vida. El ojo del cristiano ve hasta el fondo de la eternidad. Para el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo parece que no hay mundo; para el mundo, parece que no hay Dios.

Los que se dejan conducir por el Espíritu Santo sienten toda clase de felicidad dentro de ellos mismos; mientras que los malos cristianos ruedan sobre espinas y piedras. Un alma que tiene el Espíritu Santo no se aburre nunca de la presencia de Dios, pues de su corazón sale una transpiración de amor. El corazón se dilata, se baña en amor divino. El pez no se queja nunca de tener mucha agua: el buen cristiano no se queja nunca por estar mucho tiempo con Dios. Hay quienes encuentran la religión aburrida, es porque no tienen al Espíritu Santo. El Buen Dios, enviándonos el Espíritu Santo, ha hecho como un gran rey que encarga a su ministro que vaya con uno de sus súbditos, diciéndole: ‘acompaña a este hombre a todas partes y me lo traes sano y salvo’ ¡Qué bello es ser acompañado por el Espíritu Santo! Es un buen guía. ¡Y…que hay quienes no quieren seguirle!

Sin el Espíritu Santo, somos como una piedra de las que ves en el camino. Coge en una mano una esponja empapada de agua y en la otra una piedra; apriétalas igualmente. No saldrá nada de la piedra y de la esponja verás salir el agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo; y la piedra es el corazón frío y duro donde el Espíritu Santo no vive.