Jesus Colina | Abr 25, 2014
Anécdotas del Angelo Roncalli que muestran su profunda humildad y humanidad
Juan XXIII no sólo pasa a la historia como un Papa santo y padre del Concilio Vaticano II; ha sido probablemente el Papa más bromista de la historia. Un humor que nacía de la sencillez que desbordaba de su humildad e íntima relación con Dios.
Desde el mismo momento de su elección como Papa lo demostró, en la sala que se encuentra junto a la Capilla Sixtina. Tras la aceptación, según prevé la tradición, el Papa se apartó para vestir las vestiduras blancas del Obispo de Roma.
Surgió entonces el problema. Ninguna de las tres sotanas que los sastres habían preparado para el futuro Papa le quedaba bien. Siguió el desconcierto entre las personas encargadas de asistir al Papa en esta situación. ¿Qué hacer?
El nuevo Papa calmó la tensión con su sonrisa: “¡Está claro que los sastres no deseaban que yo fuera Papa!”.
En la segunda audiencia pública, confesó lo grande que le quedaba el Vaticano. “Me han dicho que en los Sagrados Palacios hay unas once mil habitaciones. Hará falta bastante tiempo para encontrar el camino…”.
Se convirtió en una costumbre concluir sus encuentros con los visitantes con estas palabras: “Volved, volved, por desgracia siempre estamos aquí”.
En una ocasión, recibió a un obispo italiano en una audiencia que duró mas de lo pensado. Pasado un cierto momento, apareció monseñor Loris Capovilla, su secretario personal, creado por el Papa Francisco cardenal, para recordar que el Papa tenía todavía una larga lista de audiencias.
Juan XXIII respondió con un gesto aburrido y, cuando salió el secretario de la habitación, le dijo al obispo: “A veces no sé si el Papa es él o soy yo…”.
Es muy famosa la respuesta que en una ocasión ofreció Juan XXIII a quien le preguntó cuántas personas trabajan en el Vaticano. Con naturalidad respondió: “Más o menos la mitad”.
Una vez el “Papa Bueno” salió del Vaticano a solas para dirigirse al cercano hospital del Espíritu Santo y visitar con discreción a un amigo sacerdote enfermo.
Al llamar a la puerta, le abrió la hermana portera, que corrió a llamar a la madre superiora. La religiosa llegó emocionadísima y le dijo: “Santo Padre, soy la madre superiora del Espíritu Santo”. El Papa le respondió: “¡Qué carrera ha hecho usted, madre! Yo sólo soy el siervo de los siervos de Dios!”, en referencia al antiguo título con el que los papas firman los documentos oficiales.
Cuando era nuncio en Francia, en un recibimiento, le presentaron al rabino jefe de París, con el que monseñor Roncalli entabló una amable conversación.
Cuando los huéspedes pasaron al salón, el rabino invitó gentilmente al nuncio a precederle. Roncalli le respondió: “Por favor, antes el Antiguo Testamento…”.
Su libertad de espíritu se puede constatar con esta confidencia que compartió con sus colaboradores: “Con frecuencia me despierto por la noche y comienzo a pensar en una serie de graves problemas y decido que tengo que hablar de ellos con el Papa. Después, me despierto completamente y ¡me acuerdo de que yo soy el Papa!”.
Con frecuencia decía: “Todo el mundo puede ser Papa. La prueba es que yo lo soy”.
Juan XXIII fue el primer Papa del siglo XX que en ocasiones, con discreción, abandonó los muros del Vaticano para visitar a personas necesitadas. Los romanos, con sentido del humor, le llamaban con cariño “(San) Juan extramuros”, en referencia a la famosa basílica de San Pablo Extramuros. Otros, en recuerdo de una conocida marca de whisky, “Johnnie Walker” le llamaban “Juan el caminante”.