¿Cómo se pierde la vida?

«Dios mío, Trinidad a quien adoro, pacifica mi alma.
Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo.
Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi fe, en adoración,
entregada sin reservas a tu acción creadora»

(SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD)


Un niño le preguntó a su abuelo -¿Cómo se pierde la vida?
La respuesta no tardó en llegar: -La vida se pierde de muchas formas:
Se pierde cuando quieres vivir la vida de otros y no la tuya.
Se pierde criticando los errores de otros, y no mejorando la tuya.
Se pierde cuando te lamentas a cada momento por haber fracasado y no buscando soluciones para poder triunfar.
Se pierde cuando te la pasas envidiando a los demás, y no superándote a ti mismo.
Se pierde cuando te enfocas solo en las cosas negativas, y dejas de disfrutar las cosas buenas.
La vida no se pierde cuando dejas de respirar, sino cuando dejas de ser feliz.




Mayo 19
Cuando veo a una persona después de varios años, me impresiona su envejecimiento, y recuerdo que también yo me voy deteriorando.
Pero no tiene por qué ser así. Hay personas que están físicamente mejor a los sesenta años que a los treinta, porque tienen menos nerviosismos, o porque llevan una vida más sana.
Además, aunque tu cuerpo tenga un desgaste, mírate a ti mismo como una totalidad, no como un cuerpo.
Si aprendes a vivir mejor, si encuentras la paz y la verdadera alegría, dentro de un año podrás ser más feliz que ahora, podrás sentir más vitalidad y podrás vivir con más intensidad que ahora.

(Mons. Víctor M. Fernández)


Me presento ante ti, Padre amado.
Quiero ofrecerte con cariño lo que puedo hacer cada día, aunque sea imperfecto. Lo que hago es tan pequeño al lado de tu infinita gloria y del regalo de tu amistad…
 Pero sé que te gozas cuando me entrego al servicio de tu Hijo. 

Tú mereces esta ofrenda de mi trabajo cotidiano. Yo no puedo saber qué valor ha tenido mi tarea. Pero dejo en tus manos los frutos de mi trabajo. 

Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las vanidades, reconocimientos y aplausos. 
Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor. 
Regálame la belleza de un corazón humilde y liberado. 
Amén.