¿Qué significa que Jesús ascendió al cielo?


“¿Qué significa que Jesús ascendió al cielo? 
‘Sentado a la derecha de Dios’: este es el primer significado de la Ascensión. 
Y aunque la expresión sea imaginativa, puesto que Dios no tiene ni derecha ni izquierda, contiene un mensaje cristológico importante: Jesús resucitado entró plenamente, incluso con su humanidad, a formar parte de la gloria divina y, en efecto, para participar en la actividad salvífica de Dios mismo”.
San Pablo VI


"Seréis mis testigos"

Si no queremos que la Ascensión se parezca más a un melancólico «adiós» que a una verdadera fiesta, es necesario comprender la diferencia radical que existe entre una desaparición y una partida. Con la Ascensión, Jesús no partió, no se ha «ausentado»; sólo ha desaparecido de la vista. Quien parte ya no está; quien desaparece puede estar aún allí, a dos pasos, sólo que algo impide verle. En el momento de la ascensión Jesús desaparece, sí, de la vista de los apóstoles, pero para estar presente de otro modo, más íntimo, no fuera, sino dentro de ellos. Sucede como en la Eucaristía; mientras la hostia está fuera de nosotros la vemos, la adoramos; cuando la recibimos ya no la vemos, ha desaparecido, pero para estar ya dentro de nosotros. Se ha inaugurado una presencia nueva y más fuerte.

Pero surge una objeción. Si Jesús ya no está visible, ¿cómo harán los hombres para saber de su presencia? La respuesta es: ¡Él quiere hacerse visible a través de sus discípulos! 
Tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el evangelista Lucas asocia estrechamente la Ascensión al tema del testimonio: «Vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc 24, 48). Ese «vosotros» señala en primer lugar a los apóstoles que han estado con Jesús. Después de los apóstoles, este testimonio por así decir «oficial», esto es, ligado al oficio, pasa a sus sucesores, los obispos y los sacerdotes. Pero aquel «vosotros» se refiere también a todos los bautizados y los creyentes en Cristo. En el documento del Concilio (Lumen Gentium 38) dice: «Cada seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y señal del Dios vivo».

Se ha hecho célebre la afirmación de san Pablo VI: «El mundo tiene necesidad de testigos más que de maestros». Es relativamente fácil ser maestro, bastante menos ser testigo. De hecho, el mundo bulle de maestros, verdaderos o falsos, pero escasea de testigos. Entre los dos papeles existe la misma diferencia que, según el proverbio, entre el dicho y el hecho... Los hechos, dice un refrán, hablan con más fuerza que las palabras.

El testigo es quien habla con la vida. Un padre y una madre creyentes deben ser, para los hijos, «los primeros testigos de la fe» (esto pide para ellos la Iglesia a Dios, en la bendición que sigue al rito del matrimonio). Pongamos un ejemplo concreto. En tiempos en que los niños se acercan a la primera comunión y a la confirmación, una madre o un padre creyentes pueden ayudar a su hijo a repasar el catecismo, explicarle el sentido de las palabras, ayudarle a memorizar las repuestas. ¡Hacen algo bellísimo y ojalá fueran muchos los que lo hicieran! Pero ¿qué pensará el niño si, después de todo lo que los padres han dicho y hecho por su primera comunión, descuidan después sistemáticamente la Misa los domingos, y nunca hacen el signo de la cruz ni pronuncian una oración? Han sido maestros, no testigos.

El testimonio de los padres no debe, naturalmente, limitarse al momento de la primera comunión o de la confirmación de los hijos. Con su modo de corregir y perdonar al hijo y de perdonarse entre sí, de hablar con respeto de los ausentes, de comportarse ante un necesitado que pide limosna, con los comentarios que hacen en presencia de los hijos al oír las noticias del día, los padres tienen a diario la posibilidad de dar testimonio de su fe. 
El alma de los niños es una placa fotográfica: todo lo que ven y oyen en los años de la infancia se marca en ella y un día «se revelará» y dará sus frutos, buenos o malos.


Mayo 29
Si miras tu historia de una forma negativa, terminas siendo desagradecido con Dios. Porque Él hizo mucho en tu vida más allá de tus límites y debilidades.
Si te comparas con otros, a veces te sentirás una basura. Pero no es cierto que Dios no haya hecho nada bueno en ti y a través de ti.

Revisa tu historia a la luz de la fe, déjate iluminar por el Señor, deja brotar una mirada positiva.
Así descubrirás cuántas cosas ha hecho Dios en ti, cuántas veces te ha iluminado, cuántas veces te ha arrancado del mal, cuántas veces te ha impulsado para hacer algo bueno.
Toda tu vida, aun con sus miserias, está marcada por la gracia.
(Mons. Víctor M. Fernández)

Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.

 Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación
Amén