«las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo»
(San Josemaría)
«nadie puede ser conocido sino cuando se le ama»
(San Agustín).
No es necesario ayudar haciendo grandes cosas. Ni siquiera debe tomarme mucho tiempo dedicar a alguien. La ayuda más apreciada es aquella que se da en las más pequeñas cosas de la vida.
Puede ser una simple mirada cuando saludas con un sincero "buenos días"; puede ser ayudar a cargar algo o simplemente preguntar con verdadero interés "¿cómo estás hoy?"
Las pequeñas cosas de la vida son las más grandes y las más permanentes. No podríamos saber si una mano en el hombro de esa persona triste -aún sin decir palabra alguna- puede reconfortar a alguien mucho más que si dijésemos un gran discurso.
Tenemos que enfocarnos en los pequeños grandes detalles de la vida para ayudar a los demás a sentirse más felices. A nosotros no nos va a costar demasiado… y para ellos será como recibir un inmenso tesoro de amistad.
Jenofonte, siglos antes de Cristo, cuenta en sus Memorias esta leyenda sobre Hércules:
Un día, cuando Hércules era jovencito, se le presentaron dos mujeres.
Una de ellas le dijo: Sígueme y te llevaré por un camino agradable y, mientras vivas, no tendrás sino placeres. Yo conozco el camino del placer sin el dolor.
Al preguntarle cuál era su nombre, ella respondió: Mis amigos me llaman felicidad; mis enemigos, vicio.
La segunda mujer le dijo: No le creas, no existe la felicidad sin trabajo y sin esfuerzo. Si me sigues, tendrás dolores, trabajos y sacrificios, pero serás feliz.
Pero el vicio respondió: Ya ves lo que ella te ofrece, yo en cambio te llevaré fácilmente a la felicidad sin tanto sacrificio.
La segunda mujer le dijo: No le creas, no existe la felicidad sin trabajo y sin esfuerzo. Si me sigues, tendrás dolores, trabajos y sacrificios, pero serás feliz.
Pero el vicio respondió: Ya ves lo que ella te ofrece, yo en cambio te llevaré fácilmente a la felicidad sin tanto sacrificio.
Mentira, dijo la virtud, ¿qué felicidad puedes dar tú? Comes antes de tener hambre y bebes antes de tener sed. Empujas a tus seguidores al amor antes de la edad determinada por la naturaleza. Les acostumbras a divertirse por la noche y a dormir durante el día... Los dioses te arrojan de su compañía y los hombres de bien te desprecian...
Por eso, los que me siguen, sólo comen cuando tienen hambre y beben solamente cuando tienen sed. Así el pan y el vino tienen un gusto agradable.
El sueño les es más dulce, porque no sacrifican ninguno de sus deberes y, cuando les llega el último momento, no caen en el olvido, sino que su recuerdo les sobrevive.
Junio 11
El Evangelio te propone perdonar setenta veces siete (Mt 18,22) y pone el ejemplo del servidor que fue perdonado, pero no fue capaz de perdonar a otros (18, 23-35). Al mismo tiempo, Jesús te invita a ser como Él, manso y humilde de corazón (Mt 11,29).
Entonces, mejor no disfraces tu agresividad, no la confundas con la autenticidad o con la sinceridad. Acepta la propuesta de Jesús, acéptala una y otra vez sin cansarte.
Reconoce que te cuesta, pero nunca renuncies a ser paciente y perdonador
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Junio 11
El Evangelio te propone perdonar setenta veces siete (Mt 18,22) y pone el ejemplo del servidor que fue perdonado, pero no fue capaz de perdonar a otros (18, 23-35). Al mismo tiempo, Jesús te invita a ser como Él, manso y humilde de corazón (Mt 11,29).
Entonces, mejor no disfraces tu agresividad, no la confundas con la autenticidad o con la sinceridad. Acepta la propuesta de Jesús, acéptala una y otra vez sin cansarte.
Reconoce que te cuesta, pero nunca renuncies a ser paciente y perdonador
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.