“Las personas que tienen poco que hacer
son, por lo común, habladoras:
cuanto más se piensa y obra, menos se habla”
(Montesquieu)
El mandamiento de Jesús consiste en amar. El amor no es una cuestión de obediencia o de deber. Como lo puede explicar perfectamente una madre, un padre, y/o una persona enamorada.
El amor es la respuesta agradecida y gozosa al amor incondicional de Dios, no una ley.
El amor de Dios es un amor encarnado. Está en el ser humano. Al decirnos: “que os améis”, Jesús nos indica la dirección. Jesús no dice que le amemos, sino que nos amemos. No sólo que le correspondamos, sino que prolonguemos su amor hacia los demás. Pasando por la vida sembrando amor y bondad. Como Él.
La verdad no son las bellas palabras que dices, sino los deseos que consientes en tu interior.
Cuando te dominen los deseos más bajos e indignos, posiblemente sentirás que no eres capaz de arrancarlos de tu ser. No puedes eliminar de inmediato esos deseos que te degradan.
El amor de Dios es un amor encarnado. Está en el ser humano. Al decirnos: “que os améis”, Jesús nos indica la dirección. Jesús no dice que le amemos, sino que nos amemos. No sólo que le correspondamos, sino que prolonguemos su amor hacia los demás. Pasando por la vida sembrando amor y bondad. Como Él.
La verdad no son las bellas palabras que dices, sino los deseos que consientes en tu interior.
Cuando te dominen los deseos más bajos e indignos, posiblemente sentirás que no eres capaz de arrancarlos de tu ser. No puedes eliminar de inmediato esos deseos que te degradan.
Pero eso no significa que no puedas hacer nada. Si no los alimentas y si te das cuenta de que vales más que ellos, entonces se convertirán poco a poco en algo secundario en tu vida. Estarán allí molestando, pero dejarán de dominarte.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Corazón amantísimo de Jesús digno de todo amor y de toda mi adoración; movido por el deseo de reparar y de lavar las ofensas graves y numerosas hechas contra ti, y para evitar que yo mismo me manche de la culpa ingrato, te ofrezco y te consagro enteramente mi corazón, mis afectos, mi trabajo y todo mi ser.
Por cuanto son pobres mis méritos, ¡oh Jesús!, te ofrezco mis oraciones, mis actos de penitencia, de humildad, de obediencia y de las demás virtudes que practicaré hoy y durante mi vida entera hasta el último suspiro.
Propongo hacer todo por tu gloria, por tu amor y para consolar a tu Corazón.
Te suplico aceptes mi humilde ofrecimiento por las manos purísimas de tu Madre y Madre mía Maria.
Dispón de mí y de mis cosas, Señor, según el beneplácito de tu Corazón.
Amén”.