Cristo de los brazos inexistentes

"Hay días en que uno se despierta
y cree estar cabeza abajo,
desubicado por las cosas que pasan.
No hay que deprimirse.
Hay que aprovechar la circunstancia
para dar un paseo iluminado por el cielo".
(Hamlet Lima Quintana)

Sucedió en la última guerra mundial: en una gran ciudad alemana, los bombardeos destruyeron la más hermosa de sus iglesias, la catedral. Y una de las «víctimas» fue el Cristo que presidía el altar mayor, que quedó literalmente destrozado.
 Al concluir la guerra, los habitantes de aquella ciudad reconstruyeron con paciencia de mosaicistas su Cristo bombardeado, y, pegando trozo a trozo, llegaron a formarlo de nuevo en todo su cuerpo... menos en los brazos. De éstos no había quedado ni rastro.

¿Y qué hacer? ¿Fabricarle unos nuevos? ¿Guardarlo para siempre, mutilado como estaba, en una sacristía? Decidieron devolverlo al altar mayor, tal y como había quedado, pero en el lugar de los brazos perdidos escribieron un gran letrero que decía: «Desde ahora, Dios no tiene más brazos que los nuestros.» 
Y allí está, invitando a colaborar con Él, ese Cristo de los brazos inexistentes.
Bueno, en realidad, siempre ha sido así. Desde el día de la creación Dios no tiene más brazos que los nuestros. Nos los dio precisamente para suplir los suyos, para que fuéramos nosotros quienes multiplicáramos su creación con las semillas que Él había sembrado.
(J. L. Martín Descalzo)

El poder más grande que todos tenemos es el de decidir sobre la propia existencia. 
Nadie realmente puede hacerlo por nosotros. Y es que Dios nos ha tratado con dignidad al concedernos libre albedrío: la facultad de tomar nuestras propias decisiones.
Ni Él ni el destino controlan nuestra vida. Ni Él ni ninguna otra fuerza de la naturaleza, nos hace obrar de determinadas maneras, sino que somos nosotros quienes, en uso de esa libertad, decidimos qué hacer de nuestras vidas sin estar sujetos a influencia exterior alguna, ni siquiera divina.

Por cierto que luego deberemos asumir las consecuencias de la elección de vida que hayamos hecho y de la forma en que usemos el libre albedrío recibido.

Es fundamental ejercer este poder con responsabilidad, con sabiduría, con discernimiento. Y aunque Dios no nos determina lo que debemos hacer, ciertamente podemos invocar al Espíritu Santo cada vez que tengamos que tomar decisiones importantes para nuestra vida y la de los demás. Siempre seremos ayudados.


Julio 25
Deja que Dios te rodee y te serene un momento con su cariño. Él no ama a todos en general, sino a cada uno de manera especial. Te ama a ti, directamente, personalmente, íntimamente. Dale gracias por ese amor inmenso con las palabras de los Salmos: 

¡Oh Dios, qué precioso es tu amor! 
Por eso los humanos se cobijan a tu sombra
Calman su sed en el torrente de tus delicias
(Sal 36, 8-9). 

¡Tu amor vale más que la vida, te alabarán mis labios
Quiero bendecirte con mi vida y levantar las manos en tu nombre,
 empaparme de tus delicias y alabarte con labios felices! 
(Sal 63, 4-6).
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo. 
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.