“María, eres la Madre del Universo.
¿Quién no se anima al verte tan tierna, tan compasiva,
a descubrir sus íntimos tormentos?
Si es pecador, tus caricias lo enternecen.
Si es tu fiel devoto, tu presencia solamente enciende la llama viva del amor divino”
(Santa Teresa de los Andes)
San Jerónimo decía que "las verdades contenidas en el Ave María son tan sublimes, tan maravillosas, que ningún hombre, ningún ángel podría entenderlas completamente."
Y santo Tomás de Aquino, el príncipe de los teólogos, "el más sabio de los santos y el más santo de los sabios", predicó en torno a esta oración mariana durante cuarenta días en Roma, llenando los corazones de éxtasis.
El padre Suárez, un erudito jesuita, declara que a la hora de su muerte, gustoso cambiaría todos los libros que había escrito, todas las obras que había hecho, a cambio de los méritos de una sola Ave María rezada con devoción.
Un día, santa Matilde, que amaba mucho a la Virgen María, estaba tratando de componer una hermosa oración en su honor. Nuestra Señora se le apareció llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en letras de oro: "Ave María, gratia plena". Y ella dijo: "Mi hija, ninguna oración que pudieras componer me daría tanta alegría como el Ave María."
Pedimos a Jesús muchas cosas. La mayoría de nuestras oraciones están armadas para pedir, implorar o rogar. Es cierto que Jesús nos dice que pidamos, y si pedimos en su nombre al Padre, Él nos lo concederá.
Pero no hemos advertido lo suficiente que en la dinámica de la oración tenemos que estar dispuestos a abrir las manos y soltar.
A veces pedimos a Dios agarrados de las cosas que queremos que nos conceda.
Pedimos de manera caprichosa, sujetos a lo que deseamos conseguir. Decimos en el Padrenuestro "Hágase tu voluntad" pero queremos que se cumpla la nuestra. Pedir, en la dinámica de la oración, exige estar dispuestos a soltar, a entregar, a dejar en las manos de Dios lo que le pedimos para que su voluntad se cumpla.
Debemos ofrecer al Padre lo que le pedimos para que sea su voluntad, y no la nuestra, la que se cumpla.
(P. Javier Rojas S.J.)
Agosto 24
No te vayas Señor aunque te olvide, aunque pretenda ignorarte, aunque me sienta demasiado importante, aunque me deje absorber por tantas cosas que me atrapan.
No te vayas. Ya sé que nunca te vas, que siempre estás, pero a veces trato de vivir como si no estuvieras, intento esconderte donde no me incomodes.
Cuando te alejo de mi vida todo termina mal, pero vuelvo a hacerlo, porque creo que yo solo puedo construir mi vida a mi gusto.
Perdóname Señor, y quédate conmigo.
Amén.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.