No lloren si me aman

"Aliento a los católicos a orar con fervor por los difuntos, por los de sus familias 
y por todos nuestros hermanos y hermanas que han muerto, 
para que obtengan la remisión de las penas debidas a sus pecados y escuchen la llamada del Señor: «Ven, querida alma mía, al descanso eterno entre los brazos de mi bondad, 
que te ha preparado las delicias eternas» 
(San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota 17, 4).
Confiando a la intercesión de Nuestra Señora y de San José, Patrono de la buena muerte,
 a los fieles que oren por los difuntos, les imparto de todo corazón mi bendición apostólica."
San Juan Pablo II

La Iglesia Católica nos invita el 2 de noviembre a rezar por nuestros Fieles Difuntos. Ellos constituyen la Iglesia Purgante y viven en solidaridad con los demás miembros –los de la Iglesia Militante en la tierra y los de la Iglesia Triunfante en el Paraíso– y en comunión con Dios, aunque de diverso modo.

Así como las almas de los fieles que alcanzaron ya su meta definitiva en el Cielo, viven en una perfecta intimidad con la Trinidad Beatísima, y los que aún vivimos en el mundo batallamos contra nuestras pasiones por ser fieles a Dios, las almas del Purgatorio pasaron ya por el mundo, pero todavía no gozan de Dios y requieren, por eso, de nuestras oraciones a la Misericordia de la Santísima Trinidad.

La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, ustedes son ustedes. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo. Denme el nombre que siempre me han dado. Hablen de mí como siempre lo han hecho. No usen un tono diferente. No tomen un aire solemne y triste.

Sigan riendo de lo que nos hacía reír juntos. Recen, sonrían, piensen en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de su mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de su vista? Los espero. No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.

¿Ven? Todo está bien. No lloren si me aman. ¡Si conocieran el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudieran oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudieran ver con sus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudieran contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

Créanme: Cuando la muerte venga a romper sus ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, su alma venga a este Cielo en el que los ha precedido la mía, ese día volverán a ver a aquel que los amaba y que siempre los ama, y encontrarán su corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverán a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con ustedes por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
(San Agustín de Hipona)

Noviembre 2
Hoy es un día de oración por los difuntos, y de recuerdos bellos. Pero también hay muchas cosas para sanar. No trates de borrar tu historia y de esconder los recuerdos, porque no se puede. Mejor haz memoria frente a Dios de los momentos vividos con esas personas que murieron. Si algunos son tristes, cuéntaselos al Señor, pide la gracia de sanarlos y entregarlos.
Además, imagina a ese ser querido que quizás te ha dañado, y dile: “Comprendo tu debilidad, te equivocaste y yo sufrí por eso. Pero quiero mirarte con el amor de tu Padre del cielo y decirte que te perdono”.
Y si sientes que tú le hiciste daño con tus gestos, con alguna palabra o con tu indiferencia, ¿por qué no le pides perdón? Es posible reconciliarse con los que ya murieron, y el Señor quiere ayudarte a lograrlo.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.