El río que nos lleva por la vida simplemente fluye

“Todos los hombres temen la muerte de la carne, y pocos la del alma.
Todos procuran que no llegue la muerte de la carne, 
que ciertamente ha de llegar algún día: por eso sufren.
Se esfuerza para no morir, el hombre que ha de morir;
 y no se esfuerza para no pecar,  el hombre que ha de vivir eternamente.
Y cuando se esfuerza para no morir, sin razón se esfuerza;
 pues puede diferir la muerte, pero no evitarla.
En cambio, si no peca, no se esfuerza en vano, y vivirá para siempre".
(San Julian de Toledo)
Y de pronto la vida te detiene, te sienta porque quiere hablar contigo, y no le has hecho caso.
Y te habla, te platica... Te recuerda cosas que tal vez habías olvidado.
Y te abraza... Y en ese abrazo te recuerda que tan solo has venido a vivir.
No a luchar, no a salvar, no a pagar ninguna deuda. Solo a vivir.
Pero no vivas solamente para ti. Vive también para los demás... y sentirás a Dios al lado tuyo.

La vida es un continuo fluir, está llena de encrucijadas, de rutas secundarias y de vueltas repentinas.
Vivir es viajar, y el espacio navegable nos atrae. Deseamos seguir el camino o el río para descubrir lo que nos aguarda tras la próxima curva y más allá de la próxima elevación. El simple hecho de que existan parece indicarnos que debemos seguirlos.

Nadie ha vivido nuestras vidas antes que nosotros. En este momento nos encontramos en un espacio y en un tiempo que nunca han sido transitados. Muchos hechos del pasado nos han preparado para este momento, y quizás sintamos con frecuencia como si siguiésemos un camino preparado exclusivamente para nosotros; sin embargo, otras veces nos sentimos atados a la nariz del cohete, precipitándonos en un espacio en el que nadie ha estado jamás.

Pero hay ocasiones (que quisiéramos fuesen más frecuentes) en las que nos sentimos uno mismo con nuestra ruta, incuestionablemente inmersos en nuestras vidas. Esta es la situación que preferimos; cuando el río que nos lleva por la vida simplemente fluye.

Me esforzaré en aceptar mi vida, pues me lleva hacia donde necesito estar.

Diciembre 6
Gracias Señor. Son tantas cosas buenas las que recibo de tu amor. Cada latido del corazón, cada vez que respiro, cada rayo de luz.

Hay tanto para estar agradecido. Me has liberado muchas veces, aunque yo no me diera cuenta, me has acompañado cada día, y ahora estoy vivo. Me pusiste en esta tierra porque amas mi vida. Gracias.
 
Yo sé que necesito darte gracias, porque la gratitud me sana, me libera, me estimula, me ilumina el alma. Dar gracias me mantiene joven y alimenta mi esperanza. ¡Gracias Señor!
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.