Ver a Cristo en el necesitado

Siempre que puedes llevar paz a la vida de alguien, hazlo.
Ya hay demasiado caos en la vida de los demás.
Y hay demasiada gente lastimando y haciendo daño.
Siempre que tengas la oportunidad de ser amable,
hacer el bien, ayudar, escuchar, hacer reír, no lo dudes y hazlo

No fue fácil para San José aceptar la noticia de que su mujer estaba embarazada sin haber tenido relaciones con él. Sin la intervención de Dios, María habría tenido que asumir la dura condición de madre soltera y Jesús habría llevado el baldón de ser un hijo de padre desconocido. Pero ese miedo de San José tiene también un significado simbólico: el miedo a dejar entrar en la propia vida al Hijo de Dios.

A un Hijo de Dios que no venía con los ropajes propios de su rango, pues si así hubiera sido nadie habría dudado en aceptarle con todos los honores. Por el contrario, venía camuflado de debilidad, de la debilidad de un niño pobre, tan pobre que sólo tenía para defenderle los brazos y el corazón de una jovencísima muchacha nazarena.

También a nosotros nos puede pasar lo mismo: por miedo a complicarnos la vida, por miedo a lo que Dios nos pueda pedir, hacemos oídos sordos a la voz del ángel del Señor, que nos invita a llevarnos a nuestra casa a la Virgen con el Niño en su seno, con el Niño en los brazos. No queremos líos y, efectivamente, no tenemos los líos de Dios.

Pero como los problemas no se pueden evitar, tenemos, a cambio, los que proceden del enemigo, del pecado, de nuestro propio egoísmo. Llevarse a María a casa, como hizo San José, es sinónimo de aceptar lo que Dios nos pida, de aceptar la ley del amor como la suprema de nuestra vida.

Rechazar a María no es simplificar la vida, sino complicarla de otra manera, de una manera más dañina para nosotros y también para los demás. De nosotros depende con quién nos complicamos la vida: si con Dios y María o con sus enemigos.
(P. Santiago Martín)

Diciembre 13
Cristo dice que lo que hicimos con los necesitados se lo hicimos a él mismo (Mt 25,40).
Lo sabemos, pero ¿hiciste alguna vez la experiencia de reconocer realmente a Cristo en un necesitado? ¿Has sentido de verdad que al darle de comer le estabas dando de comer al mismo Cristo?

O cuando ayudaste a alguien que estaba pasando un mal momento, ¿sentiste que Cristo estaba en él, lo reconociste? Trata de vivir alguna vez con el corazón y la piel esa convicción intensa y preciosa de estar aliviando realmente a nuestro amado Señor cuando trates de dar alivio a un necesitado

Si logras vivir esa experiencia mística ante los pobres, entonces sabrás lo que es dar porque sí. Ya no sentirás que ser misericordioso es una obligación pesada.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.