«La fe se refiere a las cosas que no se ven,
y la esperanza a las cosas que no están al alcance de la mano.»
Para alguien que tiene fe, no es necesaria ninguna explicación.
Para alguien que tiene fe, no es necesaria ninguna explicación.
Para aquel sin fe, no hay explicación posible.
Santo Tomás de Aquino
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
28 de enero
Santo Tomás de Aquino
Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)
28 de enero
Hija mía, persuadámonos y resignémonos ante esta gran y terrible verdad: el amor propio no muere nunca antes que nosotros. Ciertamente nos duele tan triste verdad, que hemos heredado como castigo de la culpa original; pero es necesario resignarse y tener paciencia con nosotros mismos; y, en la paciencia, según la enseñanza divina, poseeremos nuestra alma. Posesión tanto más estable cuanto menos esté mezclada con inquietudes y problemas, también en lo que se refiere a nuestras imperfecciones.
Los asaltos sensibles y las secretas actuaciones del amor propio se sentirán siempre mientras pisemos esta tierra. Para no ofender a Dios y no manchar el alma, basta que no demos nuestro consentimiento con voluntad deliberada. Esta virtud de la indiferencia es tan excelente que ni el hombre viejo, ni la parte sensible, ni la naturaleza humana con sus facultades naturales han sido capaces de conseguirla. Ni siquiera el mismo divino Maestro, como hijo de Adán, aunque exento de pecado, y a pesar de las apariencias, logró ser indiferente en su parte sensible y según sus facultades naturales; al contrario, deseó no morir en la cruz, porque tal indiferencia estaba reservada al fruto de la misma cruz; es decir, al espíritu, a la parte superior, a las facultades poseídas por la gracia.
Por tanto, hijita mía, quédate tranquila. Cuando te suceda que quebrantas las exigencias de la indiferencia en cosas indiferentes, por súbitos impulsos del amor propio y de las pasiones, póstrate, en cuanto te sea posible, con tu corazón ante Dios y dile con confianza y humildad: «Señor, misericordia, porque soy una pobre enferma». Después, levántate en paz; y, con ánimo tranquilo y sereno y con santa indiferencia, prosigue tus actividades.
(12 de febrero de 1917, a Maria Gargani, Ep. III, 266)