Extractos de cartas del Padre Pío- Julio 8

"¡Oh Corazones, verdaderamente dignos de poseer todos los corazones, de reinar
 sobre todos los corazones de los ángeles y de los hombres!
 Vosotros seréis, de aquí en adelante, la regla de mi conducta, 
y en todas las ocasiones trataré de inspirarme en vuestros sentimientos.
 Quiero que mi corazón no esté, en adelante, sino en el de Jesús y el de María, o que el de Jesús y María estén en el mío, para que ellos le comuniquen sus movimientos; y que el mío no se agite ni se mueva, 
sino conforme a la impresión que de ellos reciba

San Claudio de la Colombiere













Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)


Julio 8

Me parece que Jesús me está mirando continuamente. Si me sucede que alguna vez pierdo la presencia de Dios, siento enseguida que nuestro Señor me vuelve a llamar a mi deber. La voz con la que me reclama no sé expresarla; pero sé que es muy penetrante y que, para el alma que la oye, es casi imposible rehusarla. No me pregunte, padre mío, cómo sé que es nuestro Señor el que se me muestra en tal visión, cuando nada veo ni con los ojos del cuerpo ni con los del espíritu, porque no lo sé y no puedo decir sobre esto más de lo que he dicho.

Sólo sé decir esto: que aquel que está a mi derecha es nuestro Señor y no otro; y también que, aun antes de que Él me lo dijera, yo ya tenía profundamente grabado en mi mente que era Él.

Esta gracia ha dejado en mí un gran bien. El alma se queda en una gran paz; me siento consumir del todo por un deseo intensísimo de agradar a Dios; desde que me ha favorecido con esta gracia, el Señor me hace mirar con inmenso desprecio todo lo que no me ayuda a acercarme a Dios. Siento una confusión indecible al no poder explicarme de dónde me viene tanto bien.

Mi alma se ve impulsada por el más vivo agradecimiento a manifestar al Señor que esa gracia Él se la concede sin que de ningún modo la merezca; y, muy lejos de creerse por esto superior a las otras almas, piensa, por el contrario, que, de cuantas personas hay en el mundo, ella es la que menos sirve al Señor; porque, mediante esta gracia, el Señor ha iluminado de tal forma al alma, que no puede menos de reconocer que está mucho más obligada que todas las demás a servir y a amar a su creador.




(7 de julio de 1913, al P. Benedetto da
San Marco in Lamis, Ep. I, 381)