Sobre la oración

“Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Digo, pues, que la oración nos es absolutamente necesaria para perseverar”
(Santo Cura de Ars)



El Obispo de Orihuela-Alicante (España), Mons. José Ignacio Munilla, explicó cuáles son las tres dificultades principales que nos impiden hacer oración y enseñó cómo podemos combatirlas.

“La dificultad habitual para la oración es la distracción, que separa de la atención a Dios, y puede incluso descubrir aquello a lo que realmente estamos apegados. Nuestro corazón debe entonces volverse a Dios con humildad”, señala el Catecismo de la Iglesia Católica.
 
“A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, cuya superación permite adherirse en la fe al Señor incluso sin consuelo sensible. La acedía es una forma de pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón”, agrega.
 
Refiriéndose al texto del Catecismo, Mons. Munilla explicó cuáles son y cómo se manifiestan las tres principales dificultades o tentaciones durante la oración, y llamó a enfrentarlas con determinación y confianza en Dios.
 
Frente a las tres tentaciones, “el Señor nos pide responder con nuestro deseo de determinada determinación, de ser fieles a la oración como una llamada a vivir la conversión continua en nuestra vida”, dijo.
 
A continuación, presentamos las tres dificultades o tentaciones en la oración:
 
1. La distracción
Mons. Munilla dijo que la principal dificultad en la oración “son las distracciones” que nacen a partir de la imaginación. “Ya decía Santa Teresa de Jesús que la imaginación es ‘la loca de la casa’. Pero Santa Teresa aprendió a no darle mucha importancia”, dijo.
 
No obstante, dijo que el tener una imaginación bastante difícil de acallar, “no nos tiene que afectar demasiado” pensar “que ese va a ser el obstáculo principal para hacer oración”, a menos que esas distracciones oculten el desinterés. “Si hay un desinterés, si no existe una fe viva y verdadera”, esto “es signo de un corazón no plenamente convertido” y ese es otro tema, dijo.
 
Mons. Munilla dijo que debemos “estar vigilantes” e identificar cuando las distracciones “delatan y dejan al descubierto dónde está el apego de nuestro corazón”; sin olvidar que también uno se distrae en cosas “que no tienen un elemento de apego”.
 
“Si hay apego, hay que arrancar el apego de nuestro corazón para vencer la distracción. Pero cuando mi imaginación es demasiado imparable, no hay que hacerle mucho caso”, aconsejó el Prelado, pero advirtió que no debemos “salir a cazar a la distracción”, porque esta acción en sí es una distracción que nos aparta del objetivo de rezar.
 
2. La sequedad
Mons. Munilla dijo que el Catecismo identifica la “sequedad” como una segunda dificultad, “porque cuando uno está haciendo una meditación y no encuentra gusto sensible en esos pensamientos, se le hace árido, siente una sequedad que le produce la tentación de dejarlo, porque se está aburriendo, le está resultando costoso”.
 
Al respecto, recordó las palabras de San Pablo, quien dijo: “El justo vivirá de la fe”. Explicó que el santo no dice que la persona “vivirá del sentimiento de la fe, sino que vivirá de la fe, y la fe muchas veces camina en sequedad, incluso en medio de oscuridades, pero camina y no se deja descarrilar por el hecho de vivir mayores sequedades”.
 
Entonces, animó a recordar que “nosotros no buscamos los consuelos de Dios”, sino que “buscamos al Dios de los consuelos, que a veces también nos prueba el corazón con momentos de desolación y de sequedad interior. Entonces, esa es una manera de educar nuestra vida”.
 
3. La acedía
Mons. Munilla dijo que la tercera dificultad es la acedía, que “es sinónimo de pereza, pero con algunos matices”. Explicó que la acedía “no es únicamente una pereza de la voluntad, sino en el fondo es una pérdida del amor primero, es un habernos apartado de ese espíritu de estar en permanente de conversión”.
 
“Es el descuido de la vigilancia, el haber caído en negligencias, es haber entrado en tibieza o mediocridad. Obviamente, la acedia nos termina apartando de la oración”, subrayó.
 
Por ello, aconsejó que la mejor forma de responder a la acedía “es volver al amor primero, y comprometerse a vivir en un permanente estado de conversión”.