Dios está conmigo


-1- Asistiré, a la noche de la muerte, a quienes lleven con fe mi escapulario, mi medalla o mi imagen.
-2- Si se portan para conmigo como hijos cariñosos, yo me portaré con ustedes como madre amabilísima.
-3- Bendeciré sus casas donde mi imagen sea honrada, y donde recen cada día alguna oración.
-4- Si se esfuerzan por alejar el pecado de su vida, yo me esforzaré por alejarles las desgracias y calamidades.
-5- Si quieren gozar de felicidad y santidad, hagan lo que Jesús les dice y yo rogaré por ellos ahora y en la hora de la muerte.
Promesas de la Virgen del Carmen


Sea cual sea el desafío al que debo enfrentarme, no necesito hacerlo solo. No tengo por qué estar solo ante cualquier prueba; pues Dios es una presencia amorosa que está siempre conmigo.
Si alguna vez me siento apartado de la presencia de Dios; digo en voz alta o en silencio: "Ahora Dios está conmigo".
Afirmo esta verdad una y otra vez hasta que comienzo a sentir la amorosa presencia de Dios. 
Afirmo esta verdad hasta que me invade una nueva comprensión de mi unidad con Dios.
Recuerdo que no estoy solo en este momento ni lo estaré jamás. En las cumbres o en las honduras de las experiencias vitales, Dios está conmigo.
Dios está conmigo en todo momento y en todo lugar. Dondequiera que yo esté, allí estará Dios. Dondequiera que vaya, Dios irá conmigo.
Haga lo que haga, Dios trabaja conmigo para lograr grandes cosas

Hoy encontramos un doble mensaje. Por un lado, Jesús nos llama con una bella invitación a seguirlo: «Le siguieron muchos y los curó a todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos remedio a las dificultades del camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Por otro lado, se nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni gritará» (Mt 12,19).

Él sabe que estamos agobiados y cansados por el peso de nuestras debilidades físicas y de carácter... y por esta cruz inesperada que nos ha visitado con toda su crudeza, por las desavenencias, los desengaños, las tristezas. De hecho, «se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt 12,14). Y nosotros que sabemos que el discípulo no es más que el maestro (cf. Mt 10,24), hemos de ser conscientes de que también tendremos que sufrir incomprensión y persecución. Todo ello constituye un fajo que pesa encima de nosotros, un fardo que nos doblega. Y sentimos como si Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a mis pies, yo me ocuparé de él; dame este peso que te agobia, yo te lo llevaré; descárgate de tus preocupaciones y dámelas a mí...».

Es curioso: Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos quiere enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que sea su peso que no agobia.

En África, las madres y hermanas mayores llevan a los pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?». Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo». El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que nos libera de todo aquello que nos agobia.
* Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)




Julio 16
Recuerda que tienes tu mente sobre todo para conocer a Dios, para pensar en Él, para recibir su Palabra. Tienes tu voluntad para amarlo y para querer lo que Él quiere. Tienes tu memoria para recordar sus beneficios, para no olvidar su amor y su presencia. Tienes tus manos para levantarlas en alabanza, tienes tus pies para ir donde Él te lleve, tienes tu boca para adorarlo y transmitir su Palabra. Cuando lo aceptes, tendrás paz, una gran paz.
(Mons. Víctor M. Fernández)

Te suplicamos, Señor, que la poderosa intercesión de la Virgen María, en su advocación del monte Carmelo, nos ayude y nos haga llegar hasta Cristo, monte de salvación. 
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.