El mundo se destruye como consecuencia del pecado

“Allegarse al Corazón de María es encontrarse con Jesús; honrar al Corazón de María es honrar a Jesús; invocar al Corazón de María es invocar a Jesús.
Todas las palpitaciones de este Corazón virginal, todos los sentimientos que de él procedían estaban dirigidos a Jesús y a todo lo relacionado con él: el amor para amarlo; el odio para detestar todo cuanto a él se opone; la alegría para gozarse de sus glorias y grandezas; la tristeza para afligirse por sus trabajos y sufrimientos.”
(San Juan Eudes)
El siglo XX está lleno de apariciones marianas: desde la más conocida en Fátima, a las menos publicitadas de Kibeho (Ruanda) y la de Akita (Japón). ¿Por qué la Virgen María ha estado tan presente en medio de nosotros desde el siglo XX?

El padre René Laurentin -nacido el 19 de octubre de 1917, seis días después de la última aparición de la Virgen María en Fátima- ha viajado por el mundo entero para investigar estos hechos sobrenaturales. Él afirma que estas numerosas apariciones eran un llamado urgente a nuestro mundo que corre hacia la autodestrucción.

"Hay situaciones muy graves en el mundo de hoy. Así que hay muchas razones para que la Virgen María se aparezca y venga a advertirnos", dijo. "El mundo ha rechazado a Dios. Se libra tranquilamente al pecado. Es como si tuviéramos que cortar las ramas del árbol sobre el que estamos posados.

Hoy estamos viviendo las consecuencias de esto. El mundo se destruye como consecuencia del pecado; no podemos salir de esto por nosotros mismos.
La Madre de Dios nos llama a volver a lo esencial y nos invita a la oración y a la conversión. Nos dice que Dios existe y que debemos volver a Él.

Agosto 19
Cuentan que San Francisco de Asís, cuando pedía limosna y recibía un trozo de pan duro, se detenía conmovido a darle gracias a Dios, y lo comía con alegría. Se sentía alguien privilegiado por ese regalo divino. Los demás no entendían, porque a ellos ese pan duro les parecía poca cosa.
Nosotros podemos ser como San Francisco de Asís, si queremos. O podemos ser simplemente unos tristes malhumorados. (Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.