El Purgatorio

“No estás aquí para ganarte la vida. 
Estás aquí para ayudar a que el mundo viva de manera más amplia, con una visión mayor, con mejor espíritu y esperanza de logro. 
Estás aquí para enriquecer el mundo y te empobreces si olvidas esa dirección”.
(Woodrow Wilson)

Todos hemos aprendido que cuando nos morimos, puede ocurrir una de las siguientes tres cosas: vamos al Cielo, vamos al Infierno, o vamos al Purgatorio.

El Purgatorio es un estado en el que se encuentra la persona que ha muerto en gracia de Dios pero que no está plenamente purificada, y donde se es purificado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios. Se trata de una persona salvada que vive en el amor de Dios y la salvación pero no de una manera plena, ya que ha de esperar, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580).

Sería bueno que profundicemos un poco más el conocimiento del Purgatorio y de qué manera nosotros podemos ayudar a las almas que están allí para que más prontamente lleguen a la gloria del Cielo. Y también de qué manera esas almas luego serán intercesoras y protectoras nuestras cuando lleguen al Reino de Dios.

Agosto 16
A veces me digo a mí mismo: “Ser santo. ¿Eso realmente es para mí? ¿Cómo puedo amar a Dios con todas las fuerzas, si en realidad solo le doy un lugar secundario en mi vida? Por encima de él están mis necesidades, mis orgullos, mis tristezas, mis temores. Podré ser mejor, cambiar algunas cosas, pero no me siento capaz de amar con todas mis fuerzas. Eso no es para mi pequeño corazón egoísta”.
Pero inmediatamente el Espíritu Santo susurra en mi interior otras palabras: “No digas eso, no le niegues a Dios Todopoderoso la posibilidad de triunfar en tu corazón, no le niegues a mi gracia divina la fuerza sobrenatural para elevare y transformarte. Déjame actuar y confía”.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.