La paciencia es el valor que nos hace tolerar y comprender los contratiempos

«La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. 
Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos»
(SAN JOSEMARÍA)

La paciencia es el valor que nos hace como personas: tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos y las advertencias con fortaleza y por ende sin lamentos; esto es posible porque uno aprende a actuar acorde a cada circunstancia, moderando las palabras y la conducta en esos momentos. 

La paciencia es un rasgo de carácter que nos permite pasar por situaciones caóticas sin derrumbarnos, nos permite educar a nuestros hijos sin gritos y aceptar a los compañeros de trabajo sin deprimirnos, entre muchas otras cosas. 

Paciencia es la cualidad de tolerar o soportar dolor o dificultades sin quejas.

Por otra parte, el no detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, tiempo y esfuerzo que se necesitan para alcanzar un determinado fin, es el principal obstáculo del desarrollo de este valor y se denomina impaciencia. Tan es así, que uno debe moderarse para evitar cargarse de demasiados compromisos que posiblemente no los podrán cumplir.

La paciencia es un ejercicio de amor, fe y humildad que hace crecer a las personas.

La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces.

Agosto 15
María fue llevada al cielo, toda entera. Aunque era la sencilla mujer de Nazaret, todos los momentos de su existencia fueron vividos en plenitud, llenos de la luz de Dios, ninguno fue oscuro o manchado, nada fue fugaz y sin sentido.
Ella, que conservaba todo y lo meditaba en su corazón (Lc 2,19), vivía siempre con intensidad. Todo en ella tenía el fuego del Espíritu Santo. Por eso toda ella fue elevada al cielo, nada tuvo que ser abandonado o quemado en una llama purificadora.
En María se manifiesta el triunfo total de la gracia en un corazón terreno. Con ella, nuestra tierra ha entrado en la plenitud de Dios, nuestras sombras de peregrinos inseguros han sido iluminadas por la luz potente del Señor infinito.
¡Qué feliz se ve nuestra pequeñez en el rostro de María elevada al cielo!
(Mons. Víctor M. Fernández)


Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.