«Cuando se introduce la palabra divina
en una inteligencia limpia de los cuidados mundanos,
echa raíces profundas,
produce espigas y crece oportunamente»
(San Cirilo de Alejandría)
Amar y ser amado es un grito y un don que las personas llevamos dentro. Lo que nos alegra es el amor hecho detalle, hecho realidad cotidiana. Lo que más duele es el desamor, la falta de amor. Jesús añade un “pequeño” matiz: “como yo os he amado”. Tenemos un modelo y una forma de amar: amar como Jesús ama.
Hay que estar continuamente referidos a Jesús para captar su modo de amar, para entender la profundidad de su amor. Amar como Jesús es novedad. No brota sin más. Lo vamos aprendiendo mirándole y escuchándole a Él.
Si hemos caído en el abismo del pecado y estamos ya con un pie en el Infierno, no temamos, porque hay una salida. Hay una estrella que brilla todavía en el Cielo: es María Santísima. Acudamos a Ella humildemente y arrepentidos, y comprobaremos las gran dulzura y el infinito amor con que Ella nos socorre.
Por algo la Iglesia la llama “Auxilio de los cristianos”. Si es auxilio de todos los cristianos, mucho más es el auxilio de los pecadores desesperados, perdidos.
Por eso no desconfiemos nunca del poder y amor de María para con nosotros, aunque seamos los asesinos de Dios, no tengamos miedo que si nos abrazamos humildemente a los pies de esta Virgen Poderosa, estaremos ya salvados.
Confiemos siempre en María, seamos o no seamos grandes pecadores, porque la amistad con esta Señora es tan alto honor que vale cualquier sacrificio para hacernos sus amigos y predilectos.
Recemos el Rosario todos los días para entrar en lo profundo se su Corazón Inmaculado y vivir allí dichosos en ese Paraíso terrenal, al resguardo de los enemigos del alma.
Septiembre 17
Señor, libérame de pensar que ya te conozco.
Libérame de sentir que ya conozco tu Evangelio y que ya he aprendido todo de la fe. Libérame de creer que ya no tengo nada que entregarte, nada que ofrendarte, nada que inmolarte.
Enséñame a postrarme cada día ante tu Misterio infinito, dame la gracia de reconocer que ante tu inmensa gloria lo que creo saber de ti es pura oscuridad.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.