“Las proféticas palabras de Jesús, pronunciadas a vista del cumplimiento de la consumación final de los siglos, animan las buenas y generosas disposiciones de los hombres, de un modo particular en algunas horas históricas de la Iglesia que invitan a elevarse con renovado empuje hacia las cimas más altas:
levantad la cabeza, porque vuestra liberación está próxima (cf. Lc 21, 20-33)”.
(SAN JUAN XXIII)
En Jesús, María y José, los integrantes de la Sagrada Familia de Nazaret, se nos brinda un magnífico ejemplo para la imitación. ¿Qué fue lo que hicieron?
José era un humilde carpintero ocupado en mantener a Jesús y María, proveyéndoles de alimento y vestido: de todo lo que necesitaban para subsistir.
María, la madre, tenía también una humilde tarea: la de ama de casa con un hijo y un marido de los que ocuparse.
A medida que el hijo fue creciendo, María se sentía preocupada porque tuviera una vida normal, porque se sintiera a gusto en casa, con ella y con José.
Era aquél un hogar donde reinaban la ternura, la comprensión y el respeto mutuo. Como he dicho: un magnífico ejemplo para nuestra imitación.
(Santa Teresa de Calcuta)
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Pero según los entrenadores, no importa cuánto se entrene a un animal, éste nunca podrá correr hacia el fuego. Y entonces, ¿qué es lo que los impulsa a hacerlo? Es la fe que ellos ponen en su entrenador. Antes de dirigirse hacia el fuego, el animal mira los ojos de su entrenador. Y puesta su fe en él, puede correr.
La fe tiene el poder de vencer hasta nuestros propios instintos. Aunque se trate de algo que nuestros instintos rechazan, si tenemos fe, tendremos la fuerza para correr hacia el fuego. Delante de nosotros nos esperan grandes tribulaciones y dificultades. También se levantarán las adversidades para impedir nuestro avance. Pero justamente, la fe tiene el poder que nos permite vencer y superar todas esas dificultades. Por eso debemos creer.
Septiembre 6
La verdadera compasión es sentir al otro como parte de uno. Pero no es la compasión con los buenos, con los lindos, con los agradables, con los que son como uno.
Es la compasión con el que se equivoca, con el que sufre, con el que está abandonado, con el que no tiene nada, y también con el que te molesta, te desagrada o te hace la contra.
Si pretendes que los demás sea perfectos para preocuparte por ellos, entonces serás incapaz de tener compasión verdadera en tu corazón.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.