Las bienaventuranzas

Amaos los unos a los otros, como Jesús os ama. 
No tengo nada que añadir al mensaje que Jesús nos dejó.
 Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar.
 El fruto de la oración es la profundización en la fe.
 El fruto de la fe es el amor. 
Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz.
(Teresa de Calcuta)

Ha escrito José Arregi que si tuviera que resumir todos los evangelios en una sola palabra, elegiría “Bienaventurados”. Refiere que un día Jesús sintió que le ardía dentro la llama de los profetas, de todos los profetas, y decidido subió al monte, como Moisés en otro tiempo, pero no cargando dos pesadas losas de piedra para grabar allí los diez mandamientos, sino cargado con el aire del Espíritu, empujado por el aire alegre y transformador del Espíritu, y proclamó a los cuatro vientos ocho hermosos edictos iniciados con “Dichosos vosotros, vosotras”.

Con ellos Jesús señaló las pistas que conducen a la verdadera felicidad. El camino realista hacia una vida plena y llena de sentido. El Maestro no se limitó a proclamar las bienaventuranzas, sino que las experimentó y practicó durante toda su vida. Él es las bienaventuranzas hechas persona humana.

No es ley ni código ni norma moral… Es Evangelio, Buena Noticia, anuncio gozoso. No es solamente un anuncio de felicidad futura, sino felicidad presente. Quien vive según el espíritu de las bienaventuranzas es feliz.
Ellas revelan cómo es el corazón de Jesús, y por lo tanto, cómo ha de ser el corazón de sus seguidores.

Septiembre 5 Tu vida es una misión, porque Dios te puso en este mundo para que dejes algo que sirva a los viven ahora y a los que vengan después. Pero no cumplirás tu misión en el futuro, cuando hagas algo extraordinario. Si tu vida es una misión, este día es parte de esa misión. Con lo que hagas hoy mismo realizarás tu misión. Con tu manera de vivir hoy, estás cumpliendo o rechazando la misión que el Señor te ha dado. Entonces trata de sentir que hoy mismo el Señor te está llamando a producir algo bueno. (Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.