La paciencia es un ejercicio de amor, fe y humildad

“Es preciso que tú y yo tomemos la resolución de no faltar nunca a la oración diaria. Digo: diaria, hijas mías, pero si pudiese, diría: no la dejemos nunca”.

“Después del soberano amor de Dios, la segunda cosa que Dios les pide, es que se amen mutuamente como hermanas que Él unió con lazos de su amor”.

“Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que esto sea a costa de nuestros brazos, que esto sea con el sudor de nuestros rostros”.

La paciencia es el valor que nos hace como personas: tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos y las advertencias con fortaleza y por ende sin lamentos; esto es posible porque uno aprende a actuar acorde a cada circunstancia, moderando las palabras y la conducta en esos momentos.
San Vicente de Paul

La paciencia es un rasgo de carácter que nos permite pasar por situaciones caóticas sin derrumbarnos, nos permite educar a nuestros hijos sin gritos y aceptar a los compañeros de trabajo sin deprimirnos, entre muchas otras cosas.

Paciencia es la cualidad de tolerar o soportar dolor o dificultades sin quejas. Por otra parte, el no detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, tiempo y esfuerzo que se necesitan para alcanzar un determinado fin, es el principal obstáculo del desarrollo de este valor y se denomina impaciencia. Tan es así, que uno debe moderarse para evitar cargarse de demasiados compromisos que posiblemente no los podrán cumplir.

La paciencia es un ejercicio de amor, fe y humildad que hace crecer a las personas. 
La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces.

Cuando un pájaro está vivo, él come las hormigas, pero cuando muere, son las hormigas las que lo comen a él. El tiempo y circunstancias pueden cambiar en cualquier minuto, por eso, no desvaloricemos nada en nuestra vida. Podemos tener hoy, pero recordemos: el tiempo es mucho más poderoso que cualquiera de nosotros… De un árbol se hace un millón de fósforos, pero basta un fósforo para quemar millones de árboles. ¡Por lo tanto seamos buenos! ¡Hagamos el bien!

El tiempo es como un río: Nunca podremos tocar la misma agua dos veces, porque el agua que ya pasó, nunca pasará nuevamente. Aprovechemos cada minuto de nuestra vida y nunca busquemos buenas apariencias, porque ellas cambian con el tiempo. No busquemos personas perfectas, pues ellas no existen. Mejor busquemos encima de todo a alguien que sepa valorarnos como somos.

Septiembre 27
Adora a Dios. Él es ilimitado, perfectísimo, inteligencia infinita, bondad pura, sin mezcla de imperfección alguna. Él es puro ser, vida plena e inagotable, poder sin límites, belleza que está más allá de toda imaginación.

Para expresar que él supera todas las cosas decimos que está “en el cielo”, ya que mirar al cielo nos obliga a ampliar la mirada, a salir de los pequeños límites de nuestra experiencia cotidiana. Por eso le decimos: ¡Señor Dios mío, qué grande eres! ¡Vestido de grandeza y hermosura! (Sal 104,1).

Libérate por un momento de las quejas y de los lamentos. Déjate llevar en la contemplación y la alabanza.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.