Para que vivamos en un mundo mejor

“Dios puede cambiar…
El odio por un abrazo.
La maldad por el amor.
La envidia por compasión.
La debilidad por nuevas fuerzas.
La indiferencia por el compromiso…
Para que vivamos en un mundo mejor

Antiguamente había ciudades donde quien había cometido un delito, podía refugiarse para que no le mataran. Y estas ciudades eran figuras de María Santísima, que es la Ciudad Santa donde pueden refugiarse los que cometieron pecados y son perseguidos, no por la justicia humana, sino por la Justicia divina.

María ampara a los pecadores y la Iglesia la llama “Refugio de los pecadores”, pues es María que al tener un trono tan elevado junto a Dios, puede interceder ante la majestad divina como Abogada de los más miserables pecadores.

No desconfiemos de nuestra salvación, aunque hayamos cometido grandes y numerosos pecados, pues está la Virgen, y si tenemos devoción a Ella, entonces ya estamos salvados, porque nadie que haya confiado en María, ha terminado perdiéndose en el Infierno.

La Virgen está puesta por Dios para ayudar a los hombres a alcanzar la salvación, que de otro modo no alcanzarían por méritos, sino por pura misericordia del Señor, se salvan gracias a la misericordia de María, que es la Madre de Dios, pero también es la madre del pecador, y trata por todos los medios de reconciliar a ambos hermanos: Dios y el pecador, para que haya paz entre ellos, y pueden habitar juntos para siempre en el Cielo.

Septiembre 15
Si te cuesta dar afecto y comprensión a una persona, primero tienes que aprender eso en tu interior. Para poder tener gestos buenos a lo largo de cada día, es necesario hacerlos primero en el silencio y en la soledad.

Se trata de imaginar a esas personas que encontrarás a lo largo del día y de mirarlas con compasión en la oración. Después, cuando las encuentres, estarás preparado.

Si te cuesta mucho hacerlo, pídele a Jesús que te preste su mirada, porque él miraba con compasión a esos que lo flagelaban y lo crucificaban.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.