"Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia.
No se puede seguir a Jesús en solitario.
Quien cede a la tentación de ir por su cuenta
o de vivir la fe según la mentalidad individualista que predomina en la sociedad,
corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo,
o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él"
Benedicto XVI
Puede ocurrir que en algunos aspectos, por algo, en algo, por alguien y en alguien nos hayamos desviado del camino que, el evangelio, nos sugiere para estar en armonía con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
Hoy escuchamos con especial atención las lecturas que este domingo nos presenta: “Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado” (la 1ª); “Me pondré en camino donde está mi Padre” (Salmo); “El Señor derrochó su gracia en mí” (la 2ª); “He encontrado la moneda perdida” (el Evangelio)
Cuatro frases que, en esta asamblea eucarística, nos muestran el deseo que brota de las entrañas de Dios: su anhelo de no perdernos. Cuando a San Juan Evangelista le preguntaban (anciano ya y con los ojos puestos en el cielo) ¿Por qué no nos dices algo sobre Dios? Enseguida respondía: “Dios es amor”.
Y, el Evangelio de hoy, es un canto a la misericordia de Dios. A su bondad. Hoy, al escuchar la Palabra, nos sentimos abrumados. ¿Qué tenemos los hombres y mujeres, qué tiene el ser humano para que Dios se acuerde de él? Ni más ni menos que somos creatura suya y, el Creador, no puede consentir que su obra se pierda, se derrumbe, se malogre o sea troceada por miles de circunstancias.
¿Qué nos aparta de ese amor de Dios? ¿Nos lo preguntamos alguna vez?
- Otros dioses; aquellos que se cuelan en nuestra conciencia y nos hacen dar por bueno lo malo y, por claro, lo que es oscuro. Aquellos reyes que nos hacen doblegarnos ante ellos y, luego, nos hacen esclavos de nuestros vicios, defectos (pongamos lo que queramos)
. - Nuestro “súper-yo”. El aparentar y sentirnos más que en lo que realidad somos. El orgullo es un muro que nos distancia de la humildad y que, además, nos hace distantes respecto a muchas personas. También respecto al mismo Dios.
- El afán de experimentar. En una sociedad de sensaciones y sensacionalismo es difícil mantener el equilibrio. El permanecer en la casa del Padre. En el lugar donde, tal vez, se nos exige pero se nos trata como en ningún otro lado: como a personas. A veces, como el hijo que se marchó, también nosotros lo hacemos frecuentemente, silenciosamente, sin meter ruido, sin comentarlo incluso a Dios.
¡Yo me basto a mí mismo! ¡No necesito de Dios ni de Iglesia! ¡Los curas no me dicen nada! ¡No hay nada más allá de lo que veo, palpo o me demuestran!
Sí, lo experimental o experimentado, no puede ser la causa primera y última para permanecer alrededor de nuestras convicciones religiosas. Jesús, en más de una ocasión, nos dice: “En la casa de mi Padre hay muchas estancias”. Que el Señor nos haga descubrir que, la vida, es un apartamento en el que vivimos cuatro días.
Pero que, en nada, es comparable con la gran mansión donde Dios nos sentará un día para demostrarnos algo que no siempre reconocemos y sentimos: su inmenso amor. Tan inmenso como el mismo mar.
(P. Javier Leoz)
Septiembre 11
También en la relación con los demás es necesario aprender a ser receptivos. No se trata solo de hacer cosas por ellos. Hace falta que te dejes amar, que te dejes educar por los demás, que sepas escuchar.
De otro modo, con la intención de hacer el bien, comienzas a sentirte una especie de ser divino, un rey poderoso, un ser autosuficiente. De esa manera no podrás vivir el gozo de una relación de iguales, los demás no te sentirán uno de ellos, y en el fondo te quedarás sin amistad.
Porque la amistad no es solo dar, es también saber recibir.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.
Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
Amén
(Mons. Víctor M. Fernández)
Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.
Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
Amén