Es mejor tener el banco en el Cielo

«El consentimiento a la gracia depende mucho más de la gracia que de nuestra propia voluntad solamente;
pero la resistencia a la gracia depende únicamente de la sola voluntad.
Así de amorosa es la mano de Dios»
(San Francisco de Sales)

Hoy, y en sintonía con lo que proclama el Evangelio, meditemos sobre la riqueza. Cuando una persona es creyente y verdaderamente piadosa, no tiene puesta su mirada en convertirse en rica. El motivo es que dispone de unos recursos interiores que le proporcionan unas riquezas mucho mayores que las que el mundo le puede ofrecer. 

Podríamos recordar aquellas frases que decían: "Es mejor tener el banco en el Cielo que tener el cielo en el banco" o esa otra que dice "Lo que evita que una persona vaya al Cielo no es que posea riquezas, sino que las riquezas lo posean a ella".

Tengamos en cuenta que si nuestro tesoro está en la tierra, lo vamos a abandonar; si está en el Cielo, nos lo han de entregar. 

 María en nuestras vidas, nos visita de manera única. Ella no se impone. Se pone a nuestro servicio para que nosotros descubramos mejor a su Hijo, Jesús. Que la conozcas bien o muy poco, te invito a abrirle la puerta de tu corazón, sencillamente. ¿Cómo? Diciéndole a tu manera: «Ves dónde estoy, me gustaría conocerte más, como tu prima Isabel en Ain Karim yo aguardo tu visita.»

El Señor quiere que entremos en una relación estrecha y fuerte con la Virgen. Jesús deseaba tanto que la amáramos que nos la dio como madre. María es un regalo precioso para cada uno de nosotros. Es una persona real con quien es agradable vivir. ¡Y qué dulce compañía!

La Virgen nos lleva tras las huellas de Jesús, en el aliento del Espíritu Santo para que nos volvamos cada vez más hijos del Padre. ¡Ese es su papel! 
Ella nos pone en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
(Sœur Emmanuelle Fournier)

Octubre 17
A veces valoramos las cosas importantes con tanta profundidad que nos parece imposible olvidarlas. Pero luego llenamos nuestra mente de tantos pensamientos y preocupaciones que aquella admiración se debilita y terminamos confundidos.
Pensamos que lo que no vemos o no sentimos ha dejado de existir.
Creemos que eso que nosotros olvidamos ya no existe. Suponemos que eso que nos resulta indiferente ya no está, ya no es verdad.
Es el tremendo egocentrismo que nos hace creer que todo depende de nosotros. Pero la realidad es mucho más que nuestra pobre conciencia inestable.
Tus grandes valores siguen siendo reales, y siguen siendo grandes, aunque en tu interior ya no seas capaz de apreciarlos.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Dios todopoderoso y eterno, tú has querido que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la Iglesia, cuerpo de Cristo; concédenos que, así como el martirio que ahora conmemoramos fue para san Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a nosotros tu protección constante.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.