Jesús, yo confío en ti

La ociosidad camina con lentitud,
por eso todos los vicios la alcanzan.
San Agustín.

Este es un mensaje de Jesús:
«¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.
Cuando te abandones en mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No desesperes; no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.

Dime frecuentemente: “Jesús, yo confío en ti”. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo. Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: “Jesús, yo confío en ti”. Y verás grandes milagros. Te lo prometo por mi amor. Jesús».

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Cuando rezamos el Rosario, vemos nuevamente los momentos importantes y significativos de la historia de la salvación; recorremos de nuevo las diferentes etapas de la misión de Cristo. Con María, uno vuelve el corazón al misterio de Jesús. Colocamos a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, a través de la contemplación y meditación de sus santos misterios de gozo, luz, dolor y gloria.

Que María nos ayude a recibir en nosotros la gracia que emana de estos misterios, para que a través de nosotros pueda «irrigar» a la sociedad, partiendo de nuestras relaciones cotidianas, y purificarla de tantas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios.

El Rosario, cuando se reza con auténtica devoción, no de una manera mecánica y superficial, sino profunda, trae ciertamente paz y reconciliación. Contiene en sí mismo el poder sanador del Santísimo Nombre de Jesús, invocado con fe y amor en cada Avemaría.
(Benedicto XVI)

Mira este pedido de Jesús: Cuando des un banquete invita a los pobres (Lc 14,13).

No se trata de dar algo de comer a un pobre, de arrojarle algo de nuestros desperdicios o de regalarle dinero sin mirar su rostro.

El pedido de Jesús es mucho más que eso. Es considerarlo digno de participar de mi banquete. Cuando alguien da un banquete prepara lo mejor, porque quiere pasar un buen momento con sus invitados, desea que se sientan bien atendidos.

El pedido de Jesús es que eso sea para los pobres y para los despreciados, para aquellos a los que nadie invita.

Se trata de darles lugar en mi propia mesa, como a mis hijos y a mis seres más queridos. ¿Serías capaz de hacerlo al menos una vez?
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia. 
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.