“No dejes apagar el entusiasmo,
virtud tan valiosa como necesaria;
trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura”
(Rubén Darío)
Jacob Y Esaú (Génesis 27, 1-41) representan a los hermanos que creen que las “cosas” valen más que la fraternidad y por eso terminan dividiéndose y como los peores enemigos.
Hoy hay muchos hermanos que se matan por plata y por cosas que no valen mucho. Un hermano vale más que todo el dinero del mundo. Y todos tenemos que tratarnos como hermanos.
¿Para qué rezas el Padre Nuestro si vas a tratar al otro como a un enemigo?
José y sus hermanos (Génesis 37, 4) representan a todos aquellos que se dejan llevar por la envidia ante los triunfos del otro y creen que la única posibilidad de sentirse bien es ver a los otros perdiendo y sufriendo.
Personas que viven para hacer infelices a los que están a su lado ya que abdicaron de la posibilidad de ser felices en su proyecto personal.
Lea y Raquel (Génesis 30, 1-24), expresan a los hermanos que pelean por el amor de pareja. Esos que no han entendido que no se puede obligar a nadie para que lo ame a uno. Que si uno no puede entender que alguien no lo ama es porque está enfermo emocionalmente.
Sería más fácil si dejáramos ser a cada uno y buscáramos la manera de comprendernos.
Jesús nos deja claro que tenemos que vivir como hermanos. Ahora, esta fraternidad está marcada por la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios (Mc 3, 31-35). Eso es ser cristiano.
Tenemos que buscar la manera de ayudar a que todos vivan dignamente, tengan espacios para realizarse y vivir en plenitud. El verdadero pecado es dañar al otro.
(P. Alberto José Linero)
Octubre 13
Cuando alguien me busca y me necesita, tiene que sentir que sacia su sed: la sed de ser valorado, de ser reconocido en su dignidad, de ser respetado, de ser tenido en cuenta.
Hay personas que viven la soledad con un dolor tan profundo e intenso, que es como si les faltara el agua. Otros se sienten ignorados, porque cuando hablan nadie los escucha ni los toma en serio.
En cambio, si alguien detiene en ellos su mirada es como si se calmara una sed interior.
Por eso “dar de beber” no es solo dar agua. Es “dar alivio” a quien está en una gran angustia, semejante a la angustia que siente el sediento después de un largo camino por el desierto.
No olvides nunca que además de tu sed está la sed de tus hermanos.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Personas que viven para hacer infelices a los que están a su lado ya que abdicaron de la posibilidad de ser felices en su proyecto personal.
Lea y Raquel (Génesis 30, 1-24), expresan a los hermanos que pelean por el amor de pareja. Esos que no han entendido que no se puede obligar a nadie para que lo ame a uno. Que si uno no puede entender que alguien no lo ama es porque está enfermo emocionalmente.
Sería más fácil si dejáramos ser a cada uno y buscáramos la manera de comprendernos.
Jesús nos deja claro que tenemos que vivir como hermanos. Ahora, esta fraternidad está marcada por la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios (Mc 3, 31-35). Eso es ser cristiano.
Tenemos que buscar la manera de ayudar a que todos vivan dignamente, tengan espacios para realizarse y vivir en plenitud. El verdadero pecado es dañar al otro.
(P. Alberto José Linero)
Octubre 13
Cuando alguien me busca y me necesita, tiene que sentir que sacia su sed: la sed de ser valorado, de ser reconocido en su dignidad, de ser respetado, de ser tenido en cuenta.
Hay personas que viven la soledad con un dolor tan profundo e intenso, que es como si les faltara el agua. Otros se sienten ignorados, porque cuando hablan nadie los escucha ni los toma en serio.
En cambio, si alguien detiene en ellos su mirada es como si se calmara una sed interior.
Por eso “dar de beber” no es solo dar agua. Es “dar alivio” a quien está en una gran angustia, semejante a la angustia que siente el sediento después de un largo camino por el desierto.
No olvides nunca que además de tu sed está la sed de tus hermanos.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.
Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.