Nada es absoluto, solo Dios

«En nuestro tiempo algunas personas consideran al niño como un peso y una limitación de la libertad, más que como expresión viviente del amor de los padres. Otros niegan al niño el derecho fundamental a tener una madre y un padre unidos en matrimonio. Sin embargo, toda la sociedad debe responder con firmeza que sin duda alguna el niño tiene el derecho dado por Dios de nacer, el derecho de una madre y un padre unidos en matrimonio, el derecho de nacer en una familia normal»
San Pablo VI

Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, sino que todo lo agradece a Dios: «¡Oh, Dios!, te doy gracias». Si este hombre no es santo, ¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.

El recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.

De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?

Si es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a su misericordia. Cuando uno se siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de más. Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.

Hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no es fácil creer en él. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral. .
(P. José Antonio Pagola)

Octubre 23
Para expulsar el mal humor de tu vida, el primer paso es que quieras sanarte, que no te guste vivir enojado. Pregúntate: ¿Por qué estoy irritado realmente?
Posiblemente descubrirás que no vale la pena, que no tiene sentido dejarse envenenar y enfermar por dentro. De ese modo, renunciando a la ira y pidiendo la ayuda de Dios, irás expulsando poco a poco esa irritación venenosa. A lo largo del día piensa en Dios y repite por dentro: “Nada es absoluto, solo Dios”.
Y cuando puedas detenerte un minuto, imagina al Espíritu Santo que pasa por todo tu interior con su fuego sanador, y repite: “Calma, calma, calma”.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.
Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.