El propio yo es un misterio

“La Eucaristía es el triunfo
del amor sobre el odio.
Cada Eucaristía es más fuerte
que todo el mal del mundo,
es una realización de la redención
y reconciliación cada vez más profunda
de la humanidad con Dios”
San Juan Pablo II

El gran templo debajo del que estaban cobijadas esperanzas e ilusiones (fe y religiosidad, moral, ética y valores que nos parecían inamovibles) se tambalea de repente en nuestra tierra. Parece como si el evangelio de este día: “llegará el día en que no quede piedra sobre piedra” viniese ahora a hacerse realidad. Como si de repente lo que era bueno se tornase en malo y lo que era pecado ahora resultase ser virtud.

Hoy, más que nunca, los católicos necesitamos salir de la comodidad del templo para predicar con el ejemplo y con el testimonio. No podemos contentarnos con vivir una fe de catacumbas modernas. Hay muchos interesados en que el cristianismo viva atrincherado en los templos, en las sacristías y, como mucho, en el foro interno de cada uno: son las catacumbas modernas que algunos intentan construirnos para que la iglesia ni se vea, ni hable, ni se oiga, ni se manifiesta públicamente. Parece como si en el traído y llevado laicismo estuviera el secreto para preservar el esplendor de la verdad y de los tiempos modernos

¿Qué intereses se esconden detrás de ello?
Contra la Iglesia siempre ha habido y sigue habiendo momentos de grandes persecuciones, que parecen como el final; pero siempre sigue presente, si es firme su fidelidad a Cristo. La vida callada, pero llena de amor, es como un martirio o testimonio a los ojos de Dios. Terminamos pidiendo, como en la primera oración de la misa: “Concédenos vivir siempre alegres en tu servicio”.

Préstame Madre tus labios,
para con ellos rezar;
porque si con ellos rezo,
Jesús me podrá escuchar.

Préstame Madre tus ojos,
para con ellos mirar;
porque si con ellos miro,
nunca volveré a pecar.

Préstame Madre tu lengua,
para poder comulgar;
pues es tu lengua,
patena de amor y santidad.

Préstame Madre tus brazos,
para poder trabajar;
y así rendirá el trabajo,
una y mil veces más.

Préstame Madre tu manto,
para cubrir mi maldad;
pues cubierto con tu manto
al cielo he de llegar.

Préstame Madre tu hijo,
para poderlo yo amar,
si tú me das a Jesús,
qué más puedo esperar,
y esa será mi dicha
por toda la eternidad.
(Santo Padre Pío)

Noviembre 13
Pídele a Dios que te muestre quién eres porque él te hizo, él sí sabe cuál es tu verdadera identidad
El propio yo es un misterio. Nadie se conoce bien a sí mismo, hay muchas cosas confusas y oscuras en el interior. Menos todavía podrían conocernos bien los demás, que solo pueden mirar lo externo. Únicamente Dios ve perfectamente nuestra identidad y para qué hemos venido a este mundo.
Entonces, no vale la pena que prestes demasiada atención a la opinión que los demás tienen de tu persona. Pídele al Señor que te revele ese misterio, que te haga ver quién eres realmente y para qué estás hecho.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Bendito seas, Dios mío, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aún a los ingratos y a los que se han apartado de ti.

Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, pues Tú eres nuestra salud, nuestra fortaleza y nuestra salvación.