Sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden pacificar

“Amar significa amar lo desagradable.
Perdonar significa perdonar lo imperdonable.
Fe significa creer lo imposible.
Esperanza significa esperar cuando todo parece perdido”
(Gilbet K. Chesterton)

Si utilizáramos todas nuestras grandes capacidades y el enorme potencial que tenemos en el cerebro, en la mente y en nuestro interior, no tendríamos tanta necesidad de depender de otras personas ni de pedir tantos favores. Confiemos más en nosotros mismos, esforcémonos, estudiemos, trabajemos, busquemos, aprovechemos más todo nuestro enorme potencial. Como se suele decir comúnmente: ¡Pongámonos las pilas! Nos sorprenderá gratamente descubrir todo lo que somos capaces de hacer cuando realmente nos lo proponemos. ¡Superémonos! ¡Realmente nosotros podemos!

María es un signo luminoso y un ejemplo atractivo de vida moral [...] por eso ella merece el título de “Trono de la Sabiduría.” María comparte nuestra condición humana, pero dentro de la transparencia total de la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, ella está en medida de compartir toda debilidad. Ella comprende al pecador y lo ama con amor maternal.

He aquí por qué ella está de lado de la verdad y comparte el fardo de la Iglesia en su llamado a todos y en todos los tiempos sobre las exigencias morales. Por la misma razón, ella no acepta que el pecador sea engañado por cualquiera que pretenda amarlo, justificando su pecado, ya que ella sabe que así el sacrificio de Cristo, su Hijo, se volvería inútil.

Ninguna absolución pronunciada por doctrinas filosóficas o teológicas complacientes, puede hacer al hombre verdaderamente feliz: sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden pacificar su conciencia y su vida.
Françoise Breynaert (Teóloga)

Noviembre 28
Con el tiempo podemos volvernos más sabios, más humildes, más abiertos a la luz y a la verdad. Pero también podemos cerrarnos y clausurarnos.

A veces llega un momento en que creemos que tenemos todo claro, que no hay nada importante que aprender, y pensamos que no es necesario cambiar nada, porque ya nuestra existencia está completamente organizada y planificada.

Cuando pase eso, por más que vayas a un desierto y no hagas ningún ruido, ya no podrás escuchar a Dios.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.