Vale la pena perdonar

«¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura!
El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre,
quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, 
arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza»
(San Gregorio de Nisa)

Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos. Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano. ¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?

El que es odiado vive feliz, generalmente en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama; pareciera que la llama quema al enemigo, pero no, se quema uno mismo. El resentimiento solo destruye al resentido.

El amor propio es ciego y suicida; prefiere la satisfacción de la venganza al alivio del perdón, pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.

No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor.

Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
(P. Ignacio Larrañaga)

Si no cuidamos la familia como célula básica, todo el conjunto de la sociedad se enferma. Y cuando las sociedades están enfermas en los diversos países del mundo por causa de la relajación de las costumbres y el no respeto a las normas mínimas y elementales de convivencia, surge como resultante un mundo caótico como el que vivimos.
Volvamos la mirada hacia nosotros mismos, y siempre bajo el amparo y la mirada bondadosa de Dios. ¡Cuidemos a la familia!

Noviembre 17
En la vida hace falta silencio. Sin hacer silencio no podríamos aprender nada. 

Pero cuando llegan a una cierta edad, muchas personas dejan de aprender, precisamente porque ya no saben hacer silencio. 

El silencio es mucho más que no hablar o que evitar todo ruido. Es una cuestión muy interior, porque es la capacidad de dejar de lado los propios pensamientos y las propias ideas para abrir un espacio acogedor, para recibir algo nuevo, para dejarnos enseñar por los demás y por la vida.
 (Mons. Víctor M. Fernández)

Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.