Vuelve a Dios, tu Señor

«La paciencia es la raíz y la defensa de todas las virtudes
consiste en tolerar los males ajenos con ánimo tranquilo,
y en no tener ningún resentimiento con el que nos los causa»
(San Gregorio Magno
)

Cuando a Jesús le preguntan ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una oración que los israelitas rezan todas las mañanas: “Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante de ti”.

En nuestra conciencia la voz de Dios tiene que ser la luz auténtica que nos acerca a su Reino. Siempre que recibamos la Eucaristía, no nos quedemos simplemente con el hermoso sentimiento de: “¡qué cerca estás de mí, Señor!”. Busquemos, pidamos que la Eucaristía se convierta en nuestro corazón en la luz que va transformando, que va rompiendo, que va separando del alma los ídolos, y que va haciendo de Dios el único criterio de juicio de nuestros comportamientos.

Solamente así podremos escuchar en nuestro corazón esas palabras tan prometedoras del profeta Oseas “Seré para Israel como el rocío; mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus raíces. Como el álamo y sus renuevos se propagarán; su esplendor será como el del olivo y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano. Volverán a vivir bajo mi sombra.” 

Que la luz de Dios nuestro Señor sea la sombra a la cual toda nuestra vida crece, en la cual toda nuestra vida se realiza en plenitud.
(P. Cipriano Sánchez)

Noviembre 23
Vuelve a Dios, tu Señor, tu Padre, tu Roca. Ahora mismo, entra en lo profundo, donde él te está llamando y te está esperando.
Solo en su manantial infinito se sana definitivamente todo. Solo en sus brazos seguros se aplacan las angustias más hondas.
Vuelve a él otra vez. Vuelve al único amor incondicional que nunca te abandona, el único que puede sostenerte y salvar tu vida, pase lo que pase. No permitas que te alejen de él, no dejes que te quiten lo más grande, lo más hermoso, lo más necesario.
Vuelve, que nunca es tarde.
(Mons. Víctor M. Fernández)

Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén
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