Cada uno en lo suyo es el mejor precisamente porque es único e incomparable.

«La señal de Dios que viene es el Niño:
aprendamos a vivir con Él
y a practicar también con Él la humildad»
Benedicto XVI

El valor de una sola Misa es infinito, porque es el mismo Sacrificio del Calvario. Por eso es tan grave faltar un domingo a Misa, porque es como que le decimos a Jesús que no nos interesa estar junto a Él en el momento de su Pasión.

Porque efectivamente en la Misa estamos asistiendo REALMENTE a la Pasión de Jesús, si bien no lo vemos con los ojos materiales (aunque hubo Santos que sí lo veían), es necesario que lo veamos con los ojos de la fe, y que no dejemos de asistir a la Misa dominical, siempre que podamos. En la Misa se reciben toda clase de gracias, incluso materiales, y hasta beneficios para nuestras empresas temporales y negocios. La verdad es que asistir a Misa el domingo es el mejor negocio que podemos hacer, no sólo espiritual, sino también material.

Recordemos que a la hora de la muerte el mayor consuelo será las Misas oídas en vida, y el mayor lamento será las Misas en que no participamos por pereza u otros motivos vanos.

Si hemos dejado de ir a Misa el domingo, es tiempo de que comencemos nuevamente a asistir a ella, y si queremos recibir la Eucaristía, hagamos una sincera confesión con el sacerdote, y volvamos a participar, comulgando también. Jamás nos arrepentiremos de esta decisión.
Virgen del Adviento, esperanza nuestra, de Jesús la aurora, del cielo la puerta.
Madre de los hombres, de la mar estrella llévanos a Cristo, danos sus promesas.
Eres Virgen Madre, la de gracia llena del Señor la esclava, del mundo la reina.
Alza nuestros ojos, hacia tu belleza guía nuestros pasos, a la vida eterna.
(Antonio Alcalde)
Diciembre 19
Un proverbio oriental dice que “la rosa es perfecta como rosa, la margarita es perfecta como margarita”.

Cada uno en lo suyo es el mejor precisamente porque es único e incomparable. Entonces no tiene sentido compararse con otros. Somos distintos, y lo importante es que cada uno desarrolle el máximo de su propio ser que Dios le ha regalado.
(Mons. Víctor M. Fernández)
Tú quisiste, Señor, que tu hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia.

Escucha las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y conceda a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.