La veneración e imitación de los santos

Sí, el Apóstol elegido para ser Su colaborador,
mereció compartir el mismo Nombre que Cristo.
Construyeron juntos el mismo edificio:
Pedro planta, el Señor da el crecimiento
y es el Señor también quien envía a los que riegan (cf. 1 Cor 3,6ss)
San Agustín (354-430)
Padre y Doctor de la Iglesia

Si alguien tiene la dicha de encontrarse en vida con un Santo, debe estar muy agradecido a Dios.
¡Qué maravilla es un Santo!
Es un hombre, en quien Dios vive en la plenitud de su gracia, de tal manera, que San Pablo podría decir: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. (Gálatas 2:20).

Es un hombre de gran tranquilidad espiritual, que siendo dueño de las cosas exteriores a sí mismo, así como de las potencias interiores de su propio ser, puede rendir el pleno homenaje del amor y la obediencia a Dios.
Es un hombre en cuya mirada resplandece la imagen viva de Dios.
Se le puede encontrar en un lecho de dolor, en harapos de mendigo, bajo la púrpura de un cardenal, en la soledad de una ermita, o en el bullicio de la vida moderna.
Da igual, porque ya no está involucrado consigo mismo, ni con el mundo.
Sólo busca a Dios, que es su amor y su gloria.
Así es un Santo.

Si no tenemos la suerte de conocerlo en la realidad, podemos y debemos leer y meditar sobre su vida.
La literatura de los Santos, es un complemento práctico del Evangelio, porque nos muestra cómo se debe vivir el Evangelio.
No es suficiente, simplemente honrar a los Santos.
Debemos amarlos e imitarlos también.
Seguir el ejemplo de los santos, como dice san Pablo, es imitar al mismo Jesucristo (1 Cor 4, 16).
Es un paso hacia la perfección cristiana.
No importa cuáles sean nuestras circunstancias, tenemos modelos sobresalientes a seguir.

¡De san Francisco de Asís podemos aprender a despegarnos de las cosas mundanas, hasta el punto de amar la pobreza!
De San Felipe Neri podemos aprender a despreciar los honores ya hacer de Dios y del Cielo, el objeto de nuestros deseos y acciones.

San Francisco de Sales, aunque por naturaleza era resentido y mordaz, puede enseñarnos a ser mansos, bondadosos y serenos en todas las pruebas de la vida.

Podemos aprender el amor heroico por los pobres y los desafortunados, de San Vicente de Paúl.
Podemos imitar la ferviente labor apostólica de San Francisco Javier.
San Carlos Borromeo vendió sus bienes y dio todo a los pobres.

Durante la peste de Milán, se dedicó amorosamente al cuidado de las desdichadas víctimas, vendiendo los muebles de su casa y hasta su cama, ¡de modo que no le quedó más que una mesa para dormir!

Podemos aprender de su ejemplo cómo la llama de la caridad de Cristo puede transformar el corazón y vencer todas las miserias humanas.

Sobre todo, recordemos que nuestra devoción a los santos no tendrá ningún valor si no va acompañada de esfuerzos incansables para seguir su ejemplo.

Antonio Cardenal Bacci
Oh Dios, que junto con las llaves del Reino de los Cielos otorgaste a tu bienaventurado Apóstol Pedro el poder pontificio de atar y desatar, concédenos que, con la ayuda de su intercesión, seamos liberados de las ataduras de nuestros pecados.

 Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén