Extractos de cartas del Padre Pío- Junio 3

 

Los golpes imprevistos no permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y turbación que levantan en el alma; mas tened un poquito de paciencia, y veréis como Dios os dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin tales percances tal vez no habrías sido del todo malos, pero tampoco del todo buenos

San Claudio de la Colombiere












Extractos de cartas del Padre Pío
(Recopilación: P. Gianluigi Pasquale en “365 días con el Padre Pío”)


Junio 3

Mi alma se encuentra desde hace tiempo sumergida día y noche en la más profunda noche del espíritu. Las tinieblas espirituales me duran larguísimas horas de larguísimos días y con frecuencia semanas enteras. (…)

Cuando se está en el colmo de este martirio, me parece que el alma está allí buscando consuelo en el pensamiento de que, al fin, debe sucumbir necesariamente bajo el peso de tales dolores, porque resulta imposible soportarlos por más tiempo.

Pero, ¡viva Dios!, porque el pensamiento de la inmortalidad, que resiste al mismo infierno, se presenta súbitamente a esta alma turbada, que está para perderse; entonces ella se da cuenta de que continúa dando forma a un cuerpo vivo y, cuando está para pedir auxilio, de repente se siente ahogada por su propio grito…; y aquí mi lengua enmudece y no puedo decir lo que está sucediendo en mí.

Son, en verdad, cosas nuevas, y no hay lenguaje que pueda describirlas. Y sólo digo que aquí se está exactamente en el colmo de los dolores, y no sé si agrado o no al Señor.

En cuanto a mí, busco amarlo, lo deseo; pero, en esta noche de oscurísimas tinieblas, mi espíritu ciego va errante a la aventura, mi corazón está seco, las fuerzas se han abatido, los sentimientos extenuados.

Yo me voy debatiendo en las tinieblas; suspiro, lloro, me lamento, pero es todo en vano; hasta que, abatida por el dolor y privada de fuerzas, la pobre alma se somete al Señor diciendo: «Oh dulcísimo Jesús, no se haga mi voluntad sino la tuya».


(Fin de enero de 1916, al P. Agostino
da San Marco in Lamis, Ep. I, 722)