Si Ella no te cuidara

"Es verdad que mis oraciones a Jesús
son más dignas de castigo que de premio,
porque he disgustado demasiado a él
con mis incontables pecados;
pero, al final, Jesús se apiadará de mí"
Santo Padre Pío


Durante más de cuarenta años, el diablo atormentó al Cura de Ars (San Juan María Vianney, santo patrón universal de los sacerdotes) yendo hasta sacudirlo horriblemente en su cama e incendiarla. 

“Me quitaste ochenta mil almas”, gritaba un día el diablo al santo cura a través de la boca de un poseído. 
Vianney, Vianney -gritaba en otra ocasión- te agarraré, te atraparé, yo soy más fuerte que tú…” 

Y de repente, en un exceso de furia Satanás, le grappin (garfio o gancho), como lo llamaba el santo Cura de Ars, dejaba escapar esta confesión: “Ah, si Ella no te cuidara... Si Ella no te cuidara, yo te atraparía, ¡pero Ella te cuida!” 

Desde luego que Ella no es otra que la Santísima Virgen María, cuyos cuidados debemos tener siempre con nosotros para que nos aleje del mal.

 

Mayo 21
Libera los dones que Dios te dio para compartirlos. Hay algo que tiene que fluir a través de ti como un mar, o como un pequeño hilo de agua en el desierto. 

No se trata de grandes obras, no se trata de provocar admiración en los demás.
Se trata solo de dejar florecer la propia vida, de no contener lo bueno que uno lleva adentro. 

A veces una sola palabra bella que digas, hará mejor que una conferencia en un estadio. Una palmada en la espalda de alguien que sufre, puede valer tanto como gobernar el mundo.

Libera todo lo bueno que hay en ti, y tu vida será una fuente desbordante, un manantial de cosas buenas.
(Mons. Víctor M. Fernández)


Santa María, Madre de Dios,
dame un corazón de niño, puro y transparente como una fuente.
Dame un corazón sencillo, que no saboree la tristeza; 
un corazón generoso en entregarse, tierno a la compasión;
un corazón fiel y generoso, que no olvide ningún beneficio
 y no guarde rencor de ningún mal;
dame un corazón manso y humilde, que ame sin exigir ser amado, 
que goce desapareciendo en otro corazón delante de tu Divino Hijo;
un corazón grande e invencible, que ninguna ingratitud cierre
 y ninguna indiferencia canse;
un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor, 
con una herida que no se cierre hasta el Cielo. 
Amén.