Bienaventurados los pobres

Si os sentís abrasados por la fiebre de la impureza,
id al banquete de los Ángeles
 y la Carne inmaculada de Cristo, os hará puros y castos.
San Cirilo de Alejandría (376-444)
Padre y Doctor de la Iglesia

"Bienventurados los ricos". Este es el juicio del mundo.
Pero Jesús dice: “Bienaventurados los pobres” (Lc 6,20).

¿A quién debemos creer?
Naturalmente, debemos creerle a Jesús.
Sin embargo, podría surgir cierta confusión en nuestra comprensión de esta máxima.
Queda claro en el contexto de san Lucas y aún más claro en las palabras de san Mateo, que escribe: “Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5,3).
Es necesario, por tanto, como han comentado San Jerónimo y otros, ser pobres en nuestro desapego de nuestras posesiones.

Si un pobre anhela las riquezas y envidia y odia a los ricos por sus posesiones, NO es pobre de espíritu.
Por lo tanto, no puede recibir la bendición de la que habló Nuestro Señor.

De la misma manera, un hombre rico puede estar apegado a su gran riqueza.
Quizá no aspira a otra cosa que a aumentarla y, por estar pensando en ella todo el tiempo, descuida su deber para con Dios y con el prójimo.
Sobre todo, el amor a las riquezas puede hacer faltar de justicia y de caridad.
El comportamiento de tal hombre es contrario a la ley de Dios.

Medita atentamente sobre este punto y no dejes de tomar las resoluciones que parezcan necesarias.

El desapego de las riquezas implica, la obligación de usarlas, como medio para alcanzar la vida eterna y de acuerdo con los principios de justicia y caridad.

Este es un mandato positivo de Dios, que nadie puede ignorar sin caer en mayor o menor grado en pecado.
Pero más allá de esta regla general, hay un consejo evangélico al que sólo están llamados unos pocos privilegiados en su búsqueda de la perfección.
Este consejo evangélico nos dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo y ven, sígueme” (N 19,21; Mc 10,21; Lc 12,33, 18:22).

Si hemos recibido esta gran llamada a la perfección evangélica, debemos escucharla y seguir a Jesús con prontitud y generosidad.
Pero incluso si nuestra vocación no está en esa dirección, cuidémonos de apegarnos demasiado a las cosas pasajeras de este mundo.
¡Nuestros corazones no fueron hechos para ellos, sino solo para Dios!

Recordad las impactantes palabras de San Pablo: “Hermanos, el tiempo es corto; queda que los que tienen esposas sean como si no las tuvieran y los que lloran como si no lloraran y los que se alegran como si no se alegraran y los que compran como si no poseyeran y los que se aprovechan del mundo como aunque no lo usemos, porque este mundo, tal como lo vemos, pasa” (1 Cor 7, 29-31).”

Aquellos que son realmente pobres no deberían estar demasiado perturbados.
Si se resignan a su pobreza y no se consumen en el deseo de riquezas, la bendición del Evangelio es suya.
Que recuerden que cuando Jesús se hizo Hombre, para redimirnos, no eligió ser rico.
Él eligió ser el más pobre de los hombres.
Del mismo modo, Nuestra Señora, San José y todos los Santos, estaban libres de todo deseo de posesiones mundanas, de modo que en sus corazones sólo había lugar para Dios, su bien supremo.
Recuerden también ellos, para su consuelo, que les es mucho más fácil ganar el Cielo porque no están agobiados por las preocupaciones mundanas.

Amemos todos y procuremos adquirir las verdaderas riquezas del espíritu, que se encuentran ahora en la práctica de la virtud y más tarde en el Cielo.

Antonio Cardenal Bacci


Ten presente nuestra debilidad, Dios Todopoderoso, y puesto que la carga de nuestros pecados pesa sobre nosotros, que la gloriosa intercesión de tus santos mártires, Fabián y Sebastián, nos sostenga.

Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén

A ti, oh maestro,
ofrenda matutina de san Macario, el taumaturgo (fallecido en 850)

A Ti, oh Maestro, que amas a toda la humanidad, me apresuro a levantarme del sueño.
Por Tu misericordia, salgo a hacer Tu trabajo y te hago mi oración.
Ayúdame en todo momento y en todas las cosas.
Líbrame de todo mal de este mundo y de la persecución del diablo.
Sálvame y llévame, a Tu Reino Eterno, Porque Tú eres mi Creador, Tú inspiras todos los buenos pensamientos en mí.
En Ti está toda mi esperanza y a Ti doy gloria, ahora y siempre.
Amén